Sancardia, la capital del país Tanacia, la nación de los Circuitos, se encontraba ubicada en la Antártida, en el centro del continente, sellada por sus inmensos muros de hielo. En su interior, se había creado un invernadero con las cuatro estaciones, un milagro de la magia de Tánatos. La filosofía de este lugar era clara: “Vayamos al fin del mundo, para crear el inicio del mundo.” Loco y absurdo para muchos, pero para los Circuitos, eran palabras sabias de un gran líder.
Sus ciudades, sus bosques y sus ríos eran considerados mágicos y hermosos, un verdadero paraíso en la Tierra. Tanacia estaba catalogada como la primera sociedad de los ni?os, según estadísticas de la ONU. Con un tama?o similar al de Espa?a, aunque ligeramente más peque?o, Tanacia había logrado protegerse del frío extremo de la Antártida mediante una burbuja mágica que mantenía la temperatura estable y permitía el florecimiento de su sociedad, una proeza notable de Tánatos, el constructor.
Tanacia era gobernada por un parlamento de aproximadamente cincuenta y un diputados, a su vez dirigido por el G.C.G. (Gran Concejo General), compuesto por cinco concejales. Estos concejales estaban inspirados en los cinco grandes: Tánatos el constructor, Chronos el relojero, Víctor el juez, Laila la carnicera y Rucciménkagri la dríada. El presidente, conocido como el íntegro en el país, también era llamado presidente por aquellos fuera de Tanacia, debido a la confusión de su título.
Joel y Guz caminaban tranquilamente por las calles de la gran ciudad de Tanacia, en la capital Verlonía, cumpliendo las órdenes de J?rgen.
—Increíble —se maravilló Joel.
—?Primera vez? —preguntó Guz, sin cambiar su tono.
—Espera... ?Ya has estado aquí?
—Nací aquí —dijo Guz, calmado.
—Es… la primera vez que lo escucho.
—Porque es la primera vez que lo digo.
Joel, que había estado caminando a dos pasos de Guz, decidió acelerar el paso para estar a su par.
—?Cuál es el plan?
—Entrar al Congreso y tomar unos papeles.
—Es la tercera vez que me dices eso, pero aún no te entiendo.
—Porque no hay nada que entender, Joel. Es esto y ya.
—?Sí te das cuenta de que es un congreso y que no será fácil pasar?
De repente, Joel se detuvo y miró una pared.
—Vaya —murmuró.
Guz se detuvo y siguió la mirada de Joel. Era un afiche de "Se busca", pero con una peculiaridad: decía “Peligroso” y “No se le aproxime, llame a las autoridades”. Lo curioso era que el rostro en el afiche era una foto de Candado.
—?Por qué? —preguntó Joel, confundido.
—Una vez fue el Mariscal íntegro de Tanacia, el cargo más alto, más que el del presidente.
—?Así?
—Sí, yo voté por él.
—?Qué?
—Así es. Su discurso sobre mantener la paz me convenció. Sin embargo, eso era algo que el Congreso no estaba dispuesto a tolerar. El día en que los candados se reunieron en Tanacia, hubo un atentado contra el Congreso, lo que provocó la ira de los votantes.
—Qué atroz, y pensar que se le ocurriría algo así.
—No fue él, fue una artima?a para sacarlo del poder. De hecho, lo lograron. Candado fue expulsado con los cargos de traición. Sin embargo, él tenía sus cartas bien guardadas. Cuando se convirtió en líder del circuito, se ganó la desaprobación de los gremios. Para congraciarse con ellos, tuvo que obsequiar todas las riquezas del circuito y entregar los secretos de la ciudad.
—?Y qué ocurrió después?
—Lo consiguió. Candado se convirtió en el Candado (presidente) de Kanghar.
—Vaya, ya veo por qué lo odias.
—No lo odio por eso, lo odio por lo que ocurrió después.
—?Después?
—El Congreso disolvió el cargo de Mariscal íntegro y creó el cargo de presidente. Esteban ganó las elecciones, pero hubo disturbios debido a que él era un examigo de Candado. Para conseguir la aprobación de esa gente, Esteban hizo una movida, una estúpida, pero eficiente.
—?Qué?
—Atacar Kanghar. Una ma?ana, mientras volvía de hacer compras, toda la gente estaba en la plaza central de la ciudad, mirando el asedio en Kanghar. Hubo gritos y ovaciones por este gran logro, pero...
—?Pero?
—Recuerdo haberlo visto. Candado había vuelto a Tanacia.
Dos a?os antes.
Candado caminaba entre la muchedumbre que se había reunido para escuchar el discurso de Esteban sobre su victoria en el ataque a Kanghar.
— Presumido — murmuró, mientras avanzaba con paso firme.
Con un chasquido de dedos, se elevó en el aire, envolviéndose en llamas hasta llegar al balcón donde Esteban se encontraba. La multitud guardó silencio al notar su presencia.
— Han pasado dos meses desde la muerte de mi hermana, y tú aprovechas este momento para destruir lo que ella construyó. Si queda algo de nuestra amistad, por favor, detén el ataque — dijo Candado con voz firme y rota.
Esteban, furioso, lanzó un rayo hacia Candado, quien saltó con agilidad y se mantuvo flotando en el aire.
— No soy quien para decidir sobre tus acciones, pero sí en esta, Esteban Bonaparte Everett, te ordeno que frenes el ataque.
Guz, que se había acercado a la multitud, miró al cielo, inquieto.
— ?Eres un traidor! ?Nunca escucharé a un traidor! — gritó Esteban mientras comenzaba a cargar una ola de energía en su mano izquierda.
Candado cerró los ojos lentamente y suspiró. Con un movimiento de su dedo índice derecho, destruyó una de las torres más altas de Tanacia. La estructura colapsó, causando que varias casas a su alrededor se derrumbaran. El caos se desató, y la gente en la plaza comenzó a huir despavorida.
—No te estoy preguntando. Te lo estoy ordenando—dijo suavemente Candado, mientras la destrucción continuaba.
Esteban detuvo su ataque, claramente furioso.
— ??ESTáS LOCO?! ?ESTA FUE LA MISMA GENTE A LA QUE JURASTE PROTEGER, BARRET!
—Y también la que me traicionó. Detén el ataque y yo me marcharé— respondió Candado, con tono desafiante.
Desde su escondite detrás de una fuente, Guz observaba la escena, preocupado.
— ?Tu hermana estaría muy decepcionada de ti! — gritó Esteban, buscando que Candado reaccionara.
Candado frunció el ce?o por un momento, antes de chasquear los dedos nuevamente. Esta vez, un gran incendio arrasó con hectáreas de bosques y destruyó tres edificios más.
—?Si no detienes la invasión, DESTRUIRé TANACIA CON MIS PROPIAS MANOS! ?SI QUEDA ALGO DE NUESTRA AMISTAD, SERá MEJOR QUE PARES Y ENTONCES YO PARARé! — rugió Candado, con una furia palpable.
Esteban, con los dientes apretados de ira, observaba el da?o causado.
— Ministro — susurró Esteban —. Cancelé el ataque.
El ministro abandonó el balcón, y en cuestión de minutos, los barcos de guerra que sitiaban Kanghar comenzaron a retirarse. Desde la televisión, la noticia se difundió rápidamente.
— Buen chico — se burló Candado, antes de volar lejos, dejando atrás el caos.
Presente.
— Ese día sentí dos cosas: miedo y odio.
— ?Miedo y odio?
— Miedo al gran poder de Candado Barret y odio al inútil del presidente Esteban Everett por rendirse frente a él. Tanacia no necesita a un incompetente en el poder.
— Ya veo. Pero lo que me cuentas, ?No será contraproducente? Después de todo, Candado tiene el poder de destruir una ciudad.
— Es por eso que debe morir. Alguien con ese poder no debe vivir — respondió fríamente.
Joel recordó las palabras de Desza, días antes de que estallara el caos en Buenos Aires.
— Guz, cari?o mío, ?Puedes ir preparando el acto en las calles, por favor? — había dicho Desza con tono suave.
Sin decir una palabra, Guz había obedecido, y en pocos minutos desapareció.
— Bien — aplaudió Desza —. Reunión de grupo.
— Espera, ?no vamos a esperar a Guz?
— Oh, Joel, creo que olvidé decirte, pero Guz bajo ningún concepto debe enterarse de esto — respondió Desza, sin mostrar emoción.
— ?Qué?
—Guz no es de confianza en estos asuntos. La razón por la cual está con nosotros es porque necesitamos algo que nadie más tiene en este planeta— intervino J?rgen.
—R?sse?s, me alegra que estés bien, pero por favor deja de jugar con esos cilindros — dijo Desza, ignorando el comentario de J?rgen.
— ?Guz es peligroso?
— No, pero si sabe lo que estamos planeando, de seguro nos dejaría y por lo visto aun lo necesitamos— respondió Dockly mientras limpiaba su Winchester.
— Por eso, Joel, esto quedará entre nosotros, ?sí?
— Yo… entiendo — contestó Joel, visiblemente tenso.
— Joel, despierta, no es momento para divagar.
— Lo siento — se rascó la nuca y sonrió nervioso —. Es que estoy un poco nervioso.
— Te acostumbrarás. Ahora sígueme.
Guz y Joel llegaron hasta una casa hecha de madera, listos para lo que estaba por venir.
Cuando Joel estaba por entrar, fue detenido por Guz.
—Quiero que entiendas una cosa. Una vez que entremos, quiero que me prometas algo.
—Sí, no hay problema. ?Qué?
—Ahí adentro vive una persona... "llamativa". No hagas preguntas y no se?ales nada.
—Entendido.
Guz abrió la puerta y entró primero; Joel lo siguió.
Dentro de la casa, había varias personas haciendo fila para retirar o depositar algo.
—Planta de arriba, por favor —dijo Guz, mostrando una carta verde a un guardia de seguridad.
El guardia tomó la carta, la abrió, la leyó y luego aplicó su engrampadora sobre ella.
—Adelante.
Guz hizo un gesto a Joel para que lo siguiera. Subieron las escaleras hasta llegar al tercer piso, donde se encontraba una enorme puerta con una placa de oro que decía: "Biblioteca Congresal".
—?Aquí es?
—Sí. Recuerda lo que te dije.
—Lo tengo. Te aseguro que mantendré mi promesa.
Guz dudó al momento de abrir la puerta. Dos veces amagó con agarrar el picaporte, pero al tercer intento, respiró hondo, bajó el picaporte y abrió la puerta de golpe.
Dentro de la habitación había tres personas: dos mujeres, una adulta y otra preadolescente, y un hombre adulto con una venda negra en los ojos, adornada con patrones de rosas y aves doradas. La habitación era una biblioteca extensa, con grandes ventanas.
—?Clientes? ?Ese olor?
—Soy yo, Richard.
—Guz.
Richard se levantó del mostrador y caminó hacia Guz.
—Me alegra que hayas venido a visitarme —dijo mientras pasaba sus manos sobre su cara—. Veo que aún llevas esa máscara.
Guz apartó su brazo con rudeza, lo que molestó al dúo presente.
—Akira, úrsula, basta.
Akira tenía rasgos orientales, llevaba un traje negro con líneas rojas y un mo?o negro. úrsula, por su parte, tenía una rosa roja saliendo de su ojo derecho, el cabello rojo lacio y suelto, y una vestimenta idéntica a la de Akira. Aunque eran diferentes, ambas compartían el mismo sentimiento de ira, mirando a Guz con odio y desprecio. Al parecer, el único que estaba contento de su presencia era Richard.
—Bueno, me alegra que estés bien. De hecho, estaba por cerrar temprano, ya que no hay casi nadie que quiera un pase.
—Menos mal que llegué a tiempo.
Luego, Richard levantó la cabeza y ladeó hacia la derecha.
—Al parecer estás acompa?ado.
—Es Joel, un colega de trabajo.
Joel, siguiendo la se?al de Guz, habló.
—Un gusto.
—Un gusto, Joel —dijo Richard, antes de dirigir su atención nuevamente a Guz—. Así que... ?trabajo? ?Qué trabajo?
—No es de tu incumbencia.
—Entiendo, pero al menos podrías decirme si no es peligroso.
—Tranquilo, no lo es.
—…Ya, me alegro que estés bien. ?Qué necesitas de mí?
—Un pase congresal.
—?Solo eso? No hay problema, te lo puedo dar, Akira.
La dama abrió un cajón del mostrador, sacó una hoja amarilla, la rellenó, la selló y se la entregó.
—Guz, ?no es peligroso?
—No, no lo es.
Guz se lo arrebató de las manos con rapidez.
—Me alegra que hayas pasado por aquí.
—Guárdate eso, Richard. No pienso volver. Solo vine a hacer lo que tengo que hacer y me marcharé.
Richard asintió con la cabeza.
—Lo siento.
Akira se acercó, pero Richard extendió su brazo derecho para frenarla.
—Akira, basta.
Guz chistó y comenzó a marcharse de la biblioteca.
—Vámonos, Joel.
Guz abrió la puerta y hizo un gesto para que Joel saliera primero. Luego cerró la puerta detrás de él.
Mientras caminaban por el pasillo, la puerta se abrió y úrsula salió corriendo tras ellos.
—?GUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUZ!
Guz se detuvo y miró hacia atrás.
—?Richard siempre te quiso! ?Deja de ser estúpido y vuelve a casa!
Por supuesto, Guz la ignoró y siguió su camino.
—?GUZ!
—A veces hay cosas que deben cambiar y otras no —susurró Guz.
Joel y Guz salieron de la biblioteca y se dirigieron directamente al Congreso. Aunque estaba relativamente cerca, fueron unos diez minutos de caminata.
Joel no dijo nada ni hizo preguntas. Era bastante obvio que su amigo no divulgaba detalles sobre su vida. Nadie sabía qué había detrás de esa máscara. Cicatrices, deformaciones, tatuajes, heridas, o simplemente nada... todas las opciones eran posibles.
Las cosas ya eran bastante malas cuando Dockly obligó a Guz a quitarse la máscara, tras unirse a Desza. O al menos, eso fue lo que le contaron a Joel, ya que él y sus hermanas eran relativamente nuevos dentro de los Testigos. Desza, en cambio, observó la situación con total tranquilidad, sabiendo que, si no hubiera sido por J?rgen, Guz probablemente habría matado a Dockly.
—Llegamos —anunció Guz.
Se detuvo frente a los grandes escalones del congreso de Tanacia.
—Veo que no hay muchas personas hoy —comentó Joel.
—Es mejor para nosotros.
—No sería lo contrario.
—No —respondió Guz, comenzando a subir las escaleras.
Joel no dijo nada más y lo siguió en silencio.
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Al llegar a la puerta, que estaba abierta, Guz le extendió algo.
—Toma.
—?Los pases?
—Sin esto, no podremos acceder a lo que estamos buscando.
—Ya —dijo Joel, guardando los pases en su bolsillo.
Ambos entraron al congreso, un lugar donde reinaba el silencio. La atmósfera era solemne.
—Recuerda la misión —le recordó Guz.
—Lo sé... no...
De repente, un sonido sordo resonó en el aire.
Puf
Joel había chocado contra alguien.
—Lo siento —se disculpó rápidamente.
El individuo con el que había tropezado era un poco más alto, apenas tres centímetros más grande.
—Fue mi culpa, no te preocupes —respondió el extra?o con una sonrisa.
Guz sintió un leve escalofrío al mirar a esa persona.
—Veo que vienen de muy lejos, tú y tu amigo, el Pharmagea —comentó el desconocido, observando a Guz.
Joel volteó hacia Guz, confundido.
—Tanacia es de todos —respondió Guz con una tranquilidad calculada.
El extra?o sonrió nuevamente.
—...Todos son Tanacia —dijo con un tono algo enigmático.
—Veo que lo conoces, se?or Pharmagea... —comentó el individuo.
—Si no te importa, prefiero que no me llames así —replicó Guz con firmeza.
—Claro, no hay problema —respondió el hombre, levantando la mano en se?al de despedida. Luego, se dirigió a Joel—: Caballeros, nos vemos.
Palmeó la espalda de Joel, quien no pudo evitar sentirse algo incómodo.
—Ve con la frente en alto —dijo antes de alejarse.
—Eso fue extra?o —comentó Joel, mirando cómo el extra?o se alejaba.
Guz no apartó la vista de la espalda del hombre.
—Tenemos que apresurarnos —dijo, cortante.
—Claro, adelante —respondió Joel, siguiendo a Guz.
El camino por el congreso fue tranquilo, aunque la seguridad, a pesar de no ser abrumadora, era algo riesgosa. Pasaron por la cabina de seguridad, donde mostraron sus pases a una se?orita que les dedicó una sonrisa y les permitió pasar hacia la gran biblioteca. Era impresionante, con estanterías que se extendían hasta donde alcanzaba la vista, una vasta colección de libros que llenaban el lugar.
—Tardaremos a?os en encontrar esos papeles —se quejó Joel.
—No, solo tenemos que llamarlo por su nombre y aparecerán —respondió Guz con calma.
—?Cómo? —preguntó Joel, algo desconcertado.
—Sencillo —dijo Guz—. Di en voz alta el nombre de los papeles.
—"Escritos de Tiat". ?Así?
Tan pronto como Joel pronunció esas palabras, pasó exactamente tres minutos antes de que los papeles llegaran a sus manos. Eran unos rollos perfectamente conservados.
—Están en muy buen estado, a pesar de tener 100 a?os —comentó Joel, impresionado.
—Son catalizadores, matan la descomposición de cualquier objeto, Joel —explicó Guz con un tono de sabiduría.
—Oh, no lo sabía —respondió Joel, un poco avergonzado.
—Bien, es hora de que nos vayamos —dijo Guz, comenzando a volverse.
Justo en ese momento…
—Lamento decirles que ese papel debe ser leído en esta institución y no fuera de ella. ?Se entiende? —la voz del desconocido resonó detrás de ellos.
Joel se dio la vuelta, sorprendido.
—?Usted? —preguntó, sin poder creerlo.
Era el hombre con el que había tropezado.
—Mira —interrumpió Guz, avanzando con seguridad—. Solo vamos a leerlo, y luego lo devolveremos.
—Si piensan mentir, al menos háganlo bien, weones —respondió el hombre con una risa burlona.
Se quitó la gabardina, mostrando un uniforme rojo.
—Oh, Dios —susurró Guz, reconociendo la insignia.
—?Qué? ?Qué ocurre? —preguntó Joel, confundido.
—Es del triunvirato... Dylan Herrero —respondió Guz con gravedad.
—Hey, no susurren, porque no les escucho —se burló Dylan, cruzándose de brazos.
Hubo un silencio tenso.
—Podemos hacerlo de la manera fácil —continuó Dylan, su tono ya más serio—. Lo leen aquí o me entregan esos papeles y se van del congreso. Todo estará bien.
—Está bien —respondió Guz, con calma.
—?Qué? Pero… —protestó Joel.
Antes de que pudiera decir algo más, Guz le arrebató los papeles de la mano y caminó hacia Dylan.
—Muchas gracias —dijo Guz, extendiendo su brazo—. Me alegra que esto no haya desencadenado una guerra.
Cuando Dylan extendió la mano para recibir los papeles, algo extra?o sucedió. Un tentáculo surgió del suelo, golpeó a Dylan en el pecho y lo expulsó contra la pared con gran fuerza.
—?Corre! —gritó Guz.
Dylan se puso de pie y se interpuso entre Guz y el camino hacia la salida. Nuevamente, el tentáculo emergió de la tierra e inmovilizó a Dylan.
Ambos corrieron hacia la puerta, pero esta se abrió de golpe, provocando que se detuvieran en seco.
—Mmm…
Una figura dio un paso al frente y cerró la puerta con calma detrás de él. Era un joven que aparentaba unos dieciséis a?os, con una cicatriz en forma de “C” en la frente. Su cabello era rojo y estaba peinado hacia atrás, y vestía una camisa amarilla con corbata, chaleco y guantes negros.
—?Qué sucede? —preguntó, observando a Dylan con una expresión seria.
—Vine porque te estabas tardando. Cuando pregunté por ti, me dijeron que estabas aquí, y ahora te veo en problemas. ?Qué es esto?
—Lo siento, Patrick, pero lo tengo todo bajo control.
Al escuchar su nombre, Guz se puso tenso, aterrorizado.
—Chavales, voy a obviar el hecho de que atacaron a un integrante intocable del triunvirato. A cambio, devuelvan ese rollo a su lugar y marchen de esta institución. Si lo hacen, su cachondeo quedará en sanción. —Patrick no mostraba ni una pizca de emoción al hablar.
—?Qué hacemos? —susurró Joel, sin apartar la mirada del hombre.
Guz quedó en shock.
—?Hey, di algo! —exigió Joel, viendo cómo Guz permanecía inmóvil.
Joel intentó disimuladamente meter la mano en su bolsillo, pero antes de que pudiera hacer algo, sintió una mano en su hombro.
—Tío, abstente de portarte como un capullo. —La voz de Patrick se escuchó cargada de burla.
Guz, completamente ofuscado, sacó un tentáculo del suelo y lo envolvió alrededor del librero más grande. Lo lanzó con furia hacia Patrick.
—?VAMOS! —gritó Guz, tomando a Joel de la mano.
Ambos comenzaron a correr.
Patrick, sin perder la compostura, apartó el librero con un simple movimiento y caminó hacia una pila de libros. Retiró uno de ellos y observó la cara de Dylan.
—Oh, hola —dijo Patrick con una sonrisa.
—?Cuántos dedos ves? —preguntó, mirándolo fijamente.
—Cuatro —respondió Dylan, todavía aturdido.
—Genial, no hay lesiones cerebrales. —Patrick volvió a colocar el libro sobre la cara de Dylan.
—?Hey, QUITA ESTA WEA DE MI CARA! —gritó Dylan, molesto.
Patrick sacó un comunicador de su bolsillo y habló en él.
—Llamen a Congreso y a los Borradores, robaron el Rollo de Tiat.
—Weón, pero si puedes solo.
—Creo que hay más parguelas en esta zona, es mejor hacer una búsqueda exhaustiva.
Patrick se acomodó la corbata y comenzó a seguirlos.
Guz y Joel seguían corriendo por las calles, sin atreverse a mirar atrás.
—Tenemos lo que buscábamos. Ahora, hay que largarse —advirtió Guz, jadeando.
Sin embargo, ambos se detuvieron abruptamente, chocando contra algo invisible.
—??QUé?! —gritó Joel, confundido.
—Un campo de fuerza —dijo Guz, tocando la barrera con cautela.
—No puede ser… —respondió Joel, mirando alrededor en busca de alguna salida.
—Ella también está aquí —continuó Guz con tono grave—. Tuvimos mala suerte, el triunvirato está aquí.
Guz miró su mano, aún sosteniendo el rollo, y luego alzó la cabeza. Tomó a Joel del brazo y lo arrastró hacia un callejón cercano.
—?Qué ocurre? —preguntó Joel, mientras Guz metía el rollo contra su pecho.
—Llévate esto —le ordenó Guz, entregándole el rollo.
—?Qué?
—Es una barrera irrompible. Pero se puede apagar momentáneamente si la persona que lo hace se desconcentra.
—?Qué estás por hacer, Guz? —preguntó Joel, preocupado.
—Para vencer a Candado se necesita el rollo, ?no? Lo hemos conseguido, y no quiero perderlo ahora. Quiero que te marches y lo lleves a manos de J?rgen.
Las palabras de Guz resonaron en la cabeza de Joel. él pensaba ciegamente que el rollo servía para derrotar a Candado, cuando en realidad era todo lo contrario.
—Joel, hay algo que tengo que decirte... —comenzó Guz, con tono serio.
—?POR AHí! —interrumpió Joel al ver algo en la distancia.
—Mierda, quédate ahí. Haré una oportunidad para que puedas escapar —dijo Guz sin volverse.
—Guz, no…
—Mantente alerta.
Guz corrió hacia el centro de la plaza, donde vio a Patrick bajando las escaleras con las manos detrás de la espalda, caminando con una tranquilidad desconcertante, como si fuera un día cualquiera para él.
—Entrégame el rollo —ordenó Patrick, sin apartar la mirada de Guz.
De repente, los Borradores rodearon la zona, empu?ando ballestas.
—Estás rodeado —declaró uno de los Borradores.
Patrick continuó bajando las escaleras, sin prisas, como si nada estuviera ocurriendo.
Joel se acercó a Guz y sacó sus agujas.
—Te dije que no te movieras de tu lugar —reprochó Guz, mientras miraba a Patrick con desconfianza.
—No, no lo hiciste —respondió Joel, confundido.
—Pero lo di a entender.
—Claro, pero no podrás hacer esto solo.
—No, no puedo ni yo solo ni en compa?ía. Patrick es el pilar del triunvirato, su fuerza es comparable con la de Candado.
—Ya veo… —dijo Joel, comprendiendo la gravedad de la situación.
Patrick se detuvo en seco.
—Lo repetiré por última vez, chaval. Entrega el rollo ahora.
Guz miró a Joel, y este lo entendió de inmediato. Sin perder tiempo, Joel se subió a los hombros de Guz y lanzó sus agujas contra todos los Borradores que los apuntaban con ballestas, hiriéndolos de gravedad.
Patrick se lanzó sobre ellos, pero Guz decidió arriesgarse y avanzar de frente. Lanzó un pu?etazo limpio, el cual fue bloqueado por la palma de Patrick.
—Ambos son soberbios —dijo Guz con una sonrisa tensa.
Patrick envolvió su brazo con el de Guz, lo tomó del cuello y lo estrelló contra el suelo con brutalidad. Joel corrió hacia Patrick y saltó para darle una patada.
—?Guz!
Patrick lo atrapó del tobillo en el aire y lo arrojó con fuerza contra el suelo, una vez, dos veces, hasta que su cuerpo rebotó sin resistencia. Guz intentó invocar más tentáculos del suelo, pero Patrick usó el cuerpo de Joel como arma para destruirlos.
Desesperado, Joel arrancó una aguja de su propia nuca y se la lanzó a la cara. Patrick lo soltó de inmediato, y el cuerpo de Joel cayó pesadamente en la fuente.
Guz no se rindió. Seguía invocando tentáculos mientras Patrick se abría paso, avanzando con la mirada fija en su abrigo, donde suponía que estaba el rollo. Joel, tambaleante, logró ponerse de pie. Sacó una daga de su cintura y se la lanzó a Patrick, pero este reaccionó con rapidez: tomó a Guz del cuello y lo usó como escudo. La daga se clavó en su hombro. Sin embargo, Guz se la arrancó y, en un movimiento veloz, la incrustó en la mu?eca de Patrick.
Lejos de mostrar dolor, Patrick tiró la daga al suelo y continuó luchando. Joel comprendió que si no hacían algo rápido, ya no tendrían forma de escapar. Miró a su alrededor frenéticamente, buscando la fuente del campo de fuerza.
Uno de los Borradores, malherido, tomó una ballesta y apuntó a Guz. Joel reaccionó al instante y le lanzó una aguja, clavándola en su mano. Fue entonces cuando Guz, en medio del combate, notó una figura oculta tras una columna a lo lejos.
Patrick estaba ganando terreno. De cada diez ataques, Guz apenas podía esquivar tres. La desventaja era evidente. Y entonces vio a Dylan bajando a toda velocidad por las escaleras. No había más opción.
Guz atacó con rapidez y furia, combinando sus invocaciones con golpes directos, buscando forzar a Patrick a retroceder. Cuando encontró su oportunidad, tomó la daga y fingió lanzársela a Patrick, pero en el último momento un tentáculo la atrapó y la redirigió con precisión a la columna.
Un grito de dolor resonó en la sala.
Patrick giró la cabeza y vio a una mujer vestida con prendas del Triunvirato, chillando con una daga incrustada en la cintura. Guz aprovechó la distracción, empujó a Patrick lejos de él y atrapó a Joel con uno de sus tentáculos.
—Vete ahora.
Y sin esperar respuesta, lo lanzó fuera de la zona.
La joven herida se percató del escape y, con rapidez, reactivó la barrera.
Del otro lado, Joel cayó de pie y, tambaleante, intentó volver para ayudar a su amigo.
—?Guz!
—?Tienes que irte! ?Vete ahora!
La impotencia ardía en el rostro de Joel mientras veía cómo Guz ya no podía hacerles frente a Patrick y Dylan. Lo estaban golpeando con brutalidad, tanto física como mágicamente. Guz intentaba hacerlos retroceder con las pocas fuerzas que le quedaban, pero era inútil. Joel vio con horror cómo su amigo cayó de rodillas y Dylan, con una frialdad despiadada, le tomó el brazo derecho solo para romperlo. Los tentáculos invocados desaparecieron y un grito desgarrador escapó de los labios de Guz.
Las lágrimas brotaron de los ojos de Joel mientras corría, alejándose.
—Soporta... Soporta, por favor. Te salvaré. Volveré por ti.
Guz cayó al suelo mientras Patrick le pisaba el pecho. Se inclinó, hurgó en sus bolsillos y sacó el rollo.
—Gracias...
Sin embargo, algo le resultó extra?o. El pergamino era más peque?o de lo que recordaba. Lo abrió de inmediato y su rostro se tensó. Había caído en un enga?o. Era un rollo falso.
Guz, a pesar del dolor, comenzó a reírse, aunque sus jadeos eran entrecortados y agónicos.
—Parece que el gran Hermes Patrick ha sido enga?ado con un truco tan cliché.
Patrick mantuvo la compostura, pero, como castigo, le pisó con fuerza el brazo herido, arrancándole otro grito de sufrimiento.
—Dylan, moviliza a los Borradores de la zona para atrapar al fugitivo... Y llama a un doctor para Charlotte.
—Enseguida.
Patrick tomó a Guz del cuello de su capa y lo acercó hasta quedar cara a cara.
—Tienes suerte de que en Tanacia no existan "las cuevas", pero igual terminarás en prisión.
Lo soltó con desdén y dirigió su mirada hacia la dirección por donde Joel había huido. Entonces notó algo más. A su alrededor, un grupo de personas se había reunido, testigos silenciosos del caos. Entre ellos, tres figuras destacaban: Richard, Akira y úrsula.
Richard, con su rostro cubierto por una venda, mostraba una expresión de consternación que ni siquiera el vendaje podía ocultar.
—Eres muy iluso, Hermes.
Patrick bajó la cabeza y observó cómo el malherido Guz se reía.
—Defiendes a un presidente débil e idolatras a otro que es aún peor.
—Eres el peor Pharmagea que ha existido. Por algo tu tribu te exilió.
—Créeme, estás en el bando equivocado.
Patrick usó su pie para apartar la capa de Guz y descubrió un collar con el emblema del águila.
—Testigos… Un grupo de desquiciados enfermos. Me sorprende que un Pharmagea haya olvidado cómo fueron tratados por los Testigos de la Gesta de Uriel.
Los Borradores llegaron y levantaron a Guz. Antes de que se lo llevaran, él sonrió con burla.
—Muy pronto, las cosas cambiarán en Sancardia.
Le colocaron unas esposas de metal rojo, una herramienta que anulaba sus poderes, y lo subieron a una camioneta.
Charlotte llegó corriendo y se reunió con Patrick.
—Creo que deberías ver a un doctor ahora.
Charlotte levantó su camisa, mostrando que su herida ya había sido tratada.
—Eres tú quien está herido, no yo —refutó.
Patrick miró su mu?eca, sorprendido.
—Oh, lo olvidé.
Charlotte suspiró, le tomó el brazo, arremangó su camisa y comenzó a tratar la herida.
—Lo siento… por mi culpa…
—No fue culpa de nadie. Esta vez alguien pudo notar tu invisibilidad.
Patrick llevó su mano izquierda al mentón.
—Mírame, no pasa nada. Eres una chica fuerte.
Charlotte se sonrojó levemente.
—Bueno… claro que lo soy.
—Así se habla.
Patrick dirigió su mirada hacia donde estaba Richard.
—Veo que tengo una pista.
—?De qué hablas?
—Oh, nada.
Horas después de lo ocurrido, Esteban se dirigía al Congreso. Se había activado una alarma nacional por un intento de robo de los sagrados papeles del fundador, lo que lo obligó a asistir, a pesar de que había evitado las últimas reuniones. Estaba molesto con toda la situación.
Entró de forma discreta por una de las puertas del segundo piso y se dirigió a su asiento, ocupado por su vicepresidente, Fernán.
—Alabado sea Ta…
—No digas ese nombre en mi presencia —cortó Esteban mientras le daba un apretón de manos.
—Lo siento.
Fernán News, su amigo desde la infancia en Tanacia, tenía el cabello naranja natural y ojos celestes. Sus ropas eran formales mientras trabajaba, aunque en su vida cotidiana era bastante desordenado.
—Damas y caballeros, hace acto de presencia el presidente de Formación Universal de Circuitos del Ojo de Tánatos.
Todos los congresistas se pusieron de pie.
—Siéntense —ordenó Esteban mientras tomaba asiento.
Los presentes obedecieron.
—Se?or presidente, pido permiso para hablar.
—Tiene la palabra, senador Alberto Johannes —concedió Esteban, levantando su mano izquierda.
—Estamos agradecidos por el control que ha ejercido en estos dos a?os de mandato, pero… esto ha sido una grave falta contra la soberanía de Tanacia. Los gremios…
—Los gremios no han sido los responsables —interrumpió Esteban.
—No me interrumpa, se?or presidente.
Esteban se puso de pie.
—Creo que no fui claro. Bueno, usted no quiere que lo sea, así que lo repetiré: ?NO vamos a ir a una guerra!
—Nadie ha hablado de guerra.
—Se?or Alberto, ?cree que tengo dos a?os? Usted tiene casi treinta y yo trece. Sé muy bien lo que quiere decir cada vez que abre la boca.
—Se?or, con el debido respeto… aunque ha mejorado la vida de los circuistas de esta nación, nos ha hecho ver débiles ante los enemigos gremialistas.
—Es cierto —intervino otro senador poniéndose de pie—. ?Qué opina de los recientes crímenes en América Latina y Europa? Circuistas han estado muriendo.
—Aunque lamento esas muertes, no es culpa de los gremios. Y cabe mencionar que esos enemigos los ha provocado usted, se?or Jorge Tenembaum.
—Los gremios no nos importan, nos importa nuestra gente —gritó alguien desde la tribuna.
—A la persona que dijo eso, felicidades. Adolf Hitler estaría orgulloso de usted.
—?Han intentado robar nuestros escritos sagrados! ?El culpable merece pudrirse en prisión!
—Se?or Edward Nosford, me impresiona que un hombre de treinta y dos a?os pueda decir algo tan estúpido. Dos personas intentaron robar los papeles y una fue capturada. Lo ideal sería interrogarla antes que dejarla pudrirse tras las rejas, senador.
—Presidente Esteban, el triunvirato ha estado abusando de su poder últimamente con los miembros del consejo y del congreso. ?Qué significa tal impertinencia en el desempe?o laboral?
—Ahora, senadora Amanda Juanés, no sabía que hacer preguntas era abuso de autoridad. El triunvirato está para proteger a la gente. Es una lástima que solo unos pocos lo hagan. Sé que muchos de los que están sentados aquí conspiran para que me vaya.
El congreso se llenó de murmullos y gritos.
—Usted ha hecho declaraciones fuertes, se?or Esteban.
Fernán miró a Esteban con preocupación, pero su amigo mantenía un rostro inmutable.
El Triunvirato
—Esteban parece que ha perdido la cabeza. ?Cómo se le ocurre decir eso? —se alteró Dylan.
Patrick observó a Esteban con los brazos cruzados.
Gran Consejo General
—Se?or Bonaparte.
Esteban miró a la tribuna, de donde provenía la voz.
—?Tiene pruebas de eso para hacer tal acusación? —preguntó Póker con preocupación.
—No.
—Entonces, ?por qué…?
—?Y ustedes? ?Tienen pruebas de que los gremios han estado iniciando estas matanzas contra nuestros hermanos y hermanas?
El silencio reinó en la sala.
—Pensé que sería una charla importante, pero no. Solo repiten lo mismo. Es una verdadera pena.
Se puso de pie y abandonó la sala.
—Tontos —susurró Esteban mientras cerraba las puertas tras él.
—El presidente ha abandonado la sala.
El triunvirato observó cómo se marchaba.
—?A dónde va? —preguntó Charlotte.
—Fue demasiado infantil. Entiendo que haya perdido hace poco a un ser querido, pero no es excusa para actuar como un idiota —opinó Dylan.
—Callaos, la sala aún está abierta.
—Pero podemos marcharnos.
—Dylan, cállate y presta atención.
Afuera
Addel lo esperaba.
—Esteban.
—Vámonos —ordenó, molesto y sin detenerse.
—Sí, pero ?adónde?
—A interrogar a Guz.
—Pero, se?or, ya está siendo interrogado.
—Estoy harto de ser blando con asesinos.
—Se?or...
Esteban se dirigió a la prisión con furia contenida. Sentía una rabia intensa, ya que una vez más el consejo lo había decepcionado. Otra vez querían debatir la guerra con los gremios sobre la mesa.
—Maldito seas, Candado Barret —murmuró con desagrado.
La Prisión
Llegó hasta la sala donde tenían al prisionero, Guz, siendo interrogado por dos oficiales Borradores adultos.
—Se?or Esteban —saludó uno de los oficiales.
—Márchense.
—Pero aún no…
—Es una orden oficial. Márchense.
Los oficiales inclinaron la cabeza y salieron de la sala.
—Tú también, Addel.
—Pero…
—Por favor.
Addel suspiró y salió de la habitación, cerrando la puerta con delicadeza.
—Bien, Guz —se acomodó la corbata y se tronó los dedos—. ?Cómo quieres hacer esto?
Guz estaba sentado en una silla, con las manos esposadas con cadenas de color rojo intenso.
—Ya he dicho todo lo que tenía que decir.
—?Oh! ?Te importTe import\u00aría decirlo para mí, por favor?
—Dije que necesitaba ese escrito para venderlo. Necesitaba ese dinero para poder rehacer mi vida fuera de Tanacia.
Esteban soltó una carcajada.
—?Oh, sí, sí! Una nueva vida.
De un golpe abatió la mesa con una sola mano y con la otra lo agarró del pecho. Entonces, una masiva descarga eléctrica recorrió el cuerpo de Guz, haciéndolo gritar de dolor. Su alarido desgarrador resonó en la habitación. Detrás de la puerta, Addel apretó el pu?o, lleno de frustración.
El ataque cesó, pero el eco del dolor quedó en el aire. Guz jadeaba tras su máscara de madera.
—No estoy jugando, Pharmagea. ?Dónde están los escritos de Tiat?
—Ya te lo dije.
Esteban suspiró y volvió a electrocutarlo. Esta vez, la descarga fue aún más intensa. Su desinterés por el dolor que estaba causando era evidente.
—Ahora, Pharmagea, ?quieres hablar?
Guz gimoteó, pero no respondió.
Esteban paró y chasqueó la lengua.
—Rayos…
Guz jadeó, y sangre comenzó a brotar de su boca, manchando el interior de su máscara.
—Dime, ?Dónde están los escritos de Tiat?—exigió Esteban.
—No lo sé, yo no los tengo.
Esteban sonrió.
—?En serio? —colocó ambas manos sobre el pecho del prisionero—. Será mejor que hables.
—No lo...
Un nuevo estallido eléctrico recorrió el cuerpo de Guz con mayor intensidad.
—?AHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!—su grito resonó en la sala.
Esteban se detuvo.
—?Dónde están?
Guz alzó la cabeza, apenas sosteniéndose en la silla.
—Eres patético, Esteban —espetó, escupiendo sangre dentro de su máscara—. Nunca serás un líder digno de Tanacia. Un débil que fue doblegado por un monstruo de gran poder... lamentable.
El relámpago de otra descarga recorrió el cuerpo de Guz.
—?AHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!
—Me lo dice un sucio testigo —Esteban lo miró con desprecio—. Una logia de asesinos sin escrúpulos que causó caos en Buenos Aires. Y para colmo, tú, un miembro de la tribu Pharmagea, aliado con esos locos. Una verdadera vergüenza.
—Ya no soy un Pharmagea.
—Aún así, sigues usando sus máscaras —Esteban levantó una mano y tocó el borde de la máscara de Guz.
—Te recomiendo que retires tu mano de ahí.
—?O qué?
—Será desagradable ante tus ojos.
Esteban frunció el ce?o.
—No quisiera vomitar —murmuró, apartando la mano.
Y entonces, otra descarga sacudió el cuerpo de Guz.
—?AHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!
—Basta.
Esteban se giró bruscamente.
Patrick estaba de pie en el umbral de la puerta.
—?Tortura? ?En serio? —preguntó con dureza.
Guz levantó la cabeza, agotado.
—Si no le importa, se?or Hermes, le pido que se retire —dijo con voz débil.
—No funciona así, se?or presidente —Patrick mantuvo la mirada firme—. El triunvirato se ocupa de esto, no usted.
—He dicho que...
—Y yo le digo a usted que se marche. La tortura no es bienvenida en mi jurisdicción.
Esteban calló por un momento. Sus pu?os se apretaron con furia contenida, pero finalmente se relajó.
—Haz lo que quieras.
Con esa última frase, abandonó la sala.
Addel lo siguió con la mirada.
—Se?or, ?qué hago? —preguntó, dirigiéndose a Patrick.
—Manda una notificación a todos los borradores. Que atrapen al culpable y recuperen esos papeles.
Mientras tanto, Patrick cerró la puerta, arregló la mesa y le quitó las esposas a Guz.
—Lamento que haya recibido este trato por parte del Estado.
Guz esbozó una sonrisa sarcástica.
—Lo hizo Esteban.
—Lo hizo el presidente Esteban —corrigió Patrick antes de sentarse frente a él—. Ahora podemos hablar con tranquilidad.
Guz masajeó sus mu?ecas adoloridas.
—No te molestes. No podré salir de aquí mientras tenga este collar.
—Lo imaginaba, Pharmagea —dijo Patrick.
—Bien, iré directo al punto. ?Dónde está tu compa?ero?
—Lo siento, pero no sé de qué me hablas.
—Entiendo, y lo lamento, pero mentirme no será una solución.
Patrick sacó una libreta y una lapicera.
—Tómate tu tiempo. Podemos estar aquí todo el día si es necesario.
Guz soltó una risa seca.
—Eres muy dócil, comparado con lo que me hiciste antes.
—Sólo hice mi trabajo.
—Claro, eso dicen todos.
—No. Eso lo digo yo.
—Ja. Un sujeto serio.
Patrick ignoró la burla.
—Reformularé la pregunta. ?Para qué quieren los escritos de Tiat?
Guz se recostó en la silla con aire despreocupado.
—Eso sí lo puedo responder —dijo—. Es para deshacernos de Candado.
Patrick asintió lentamente.
—Ya veo. Unos papeles importantes usados de manera incorrecta.
—Sólo eso queremos. Nuestra meta era Esteban. Ahora es Candado.
Patrick entrecerró los ojos.
—Ya veo. Pero usar una bomba nuclear contra un solo hombre me parece un desperdicio absurdo.
Guz frunció el ce?o.
—?Qué quieres decir?
—Los escritos de Tiat. Dime, ?qué crees que son?
El silencio se hizo en la sala.
—...No lo sé —admitió Guz finalmente—. Sólo sé que es un pergamino que, al leerlo, incrementa tu fuerza espiritual, la segalma.
Patrick suspiró.
—No. No es para un propósito tan infantil.
Guz se tensó.
—Parece que no todos conocen su verdadero potencial —continuó Patrick—. Y tampoco lo peligroso que es.
Guz lo miró con recelo.
—Con tal de vencer a Candado Barret, no nos interesa.
Patrick lo observó con expresión seria.
—Usar a Tánatos para luchar contra Candado es absurdo.
Los ojos de Guz se abrieron de par en par.
—?...! ?Espera? ?Qué has dicho?
—Dije que usar el poder de Tánatos para vencer a Candado es absurdo.
Guz palideció.
—?Tánatos! ?Ese Tánatos? ?Qué tiene que ver él con esto?
—Eres un ignorante, por lo que veo. Los escritos de Tiat sirven para romper la prisión de Tánatos.
Guz frunció el ce?o, sorprendido por aquella revelación.
—Debe de haber un error…
—No lo hay —replicó Patrick con firmeza—. El propósito de esos escritos es traer de vuelta a Tánatos.
Guz apretó la mandíbula.
—Dime, entonces… ?Por qué tenían unos documentos tan peligrosos aquí?
—Es sencillo —respondió Patrick, cruzándose de brazos—. Son indestructibles, y hasta ahora, solo diez personas conocían su existencia.
Guz se reclinó en la silla, desviando la mirada hacia el techo.
—Desza…
Patrick detuvo el movimiento de su mano al escuchar ese nombre.
—Desza… ?El senador gremialista?
Guz cerró los ojos con pesadez.
—No puede ser verdad…
Patrick se puso de pie, le colocó nuevamente las esposas y se dirigió a la salida.
—Gracias, se?or Guz. Ahora tenemos una pista más. Volveré más tarde para continuar con la interrogación.
Sin a?adir más, salió de la sala y cerró la puerta detrás de él. Guz permaneció en silencio unos segundos antes de susurrar para sí mismo:
—Desza… ?Me ha mentido?