home

search

NUEVOS VECINOS

  A veces, tener vecinos puede ser una bendición… o una completa maldición. En el noventa por ciento de los casos, era lo segundo. Eso era lo que pasaba por la mente de Candado, quien en apenas cuatro a?os tuvo tres vecinos distintos, cada uno peor que el anterior.

  El primero fue una familia de cuatro: papá, mamá, un bebé y un adolescente, este último particularmente desastroso. Una bomba hormonal con patas que acosaba a Gabriela cuando Candado apenas tenía cinco a?os. Los padres del muchacho no hacían nada para frenar ese acoso, así que la cosa fue empeorando. La familia Barret no se quedó de brazos cruzados. Con métodos nada legales, provocaron un peque?o incendio en la sala de estar de los recién llegados, y así se deshicieron de ellos.

  El segundo grupo era aún más numeroso: una familia de siete personas, dos padres, papá y mamá, y cinco hijos. Tres de los ni?os eran cuatro a?os mayores que Candado, quien para entonces tenía nueve. Solían acosarlo cada vez que salía al jardín para recostarse bajo el árbol. Le tiraban agua, huevos y, en una ocasión, hasta petardos. Uno de ellos estalló demasiado cerca, causándole quemaduras leves en un brazo y en los ojos. Después de incontables advertencias por parte de la policía, el asunto finalmente cruzó una línea. Clementina y Gabriela decidieron tomar cartas en el asunto. Saltaron el muro y les dieron una “lección” tan horrenda que la familia entera terminó mudándose. A día de hoy, ese episodio sigue siendo el secreto mejor guardado, por parte de Clementina claro. Candado nunca supo qué fue exactamente lo que les hicieron a esos chicos.

  El tercer y último vecino fue un viudo de cuarenta a?os, un carpintero cuyo único talento parecía ser el de hacer ruido. Arrogante, grosero y violento, no pasaba un día sin molestar al vecindario. Un día, “accidentalmente”, una sierra de madera le cayó en la cabeza. Todos sabían que no había sido un accidente. El hermano del fallecido presentó una denuncia penal contra otro residente del barrio, quien había sido testigo de la infidelidad de su esposa con el difunto. La causa terminó cerrándose por falta de pruebas. El acusado se separó de su mujer y se marchó a Uruguay. Una historia perturbadora.

  —Yo, a estas alturas, ya no sé si sorprenderme o llorar —dijo Candado mientras observaba la mudanza de los nuevos vecinos—. Siempre es bueno tener a alguien a quien odiar.

  —Voy entrando primero —anunció Hammya.

  —Entendido —respondieron Europa y Clementina al unísono.

  Candado extendió la mano a la "nueva" vecina.

  —Felicidades y bienvenida al barrio —saludó.

  Pak Sun-hwa se negó a estrecharle la mano. En lugar de eso, se inclinó con formalidad.

  —Espero poder colaborar con usted.

  —?Qué?

  Pak se enderezó con firmeza.

  —Lo que quiero decir es que me gustaría unirme a su gremio.

  —Me niego.

  —Lo siento, debo insistir.

  —No.

  —Lo siento, debo insistir.

  —…No.

  —Lo siento, debo insistir.

  Candado comenzó a desarrollar un tic nervioso en el ojo derecho.

  —N… no, no quiero, no insistas.

  —Lo siento, debo insistir.

  —Mira, yo selecciono personas que llamen la atención. Hasta que no me demuestres algo que me sorprenda, no estarás dentro.

  Pak se llevó la mano al mentón, reflexiva.

  —Entendido. Me aseguraré de ganarme un lugar en su gremio.

  —Eso espero… En fin, ?Cómo encontraste este lugar?

  —Fui con el se?or Héctor Ramírez.

  —Ah… ahora lo entiendo.

  —él es la razón por la que estoy aquí.

  —Tengo un montón de preguntas, pero voy a detenerme aquí.

  Candado desvió la mirada hacia Hammya y caminó lentamente hacia ella.

  —?Ocurre algo? —preguntó Hammya al notar su cercanía.

  Candado siguió avanzando, hasta quedar a una distancia incómodamente corta.

  —…

  —?Pasa algo? —insistió ella, esta vez con un deje de nerviosismo.

  En ese instante, Candado recordó las palabras de Hachipusaq: “No importa si le preguntas a ella mi nombre o si me conoce, dirá que no y te mirará con extra?eza. Y aunque la investigues, no sacarás nada de ella. Pero te diré una cosa: ella será tu salvadora en muchos sentidos… qué envidia”.

  Después de pensarlo un poco, Candado simplemente la abrazó.

  —?Eh? —exclamó ella, mientras sus ojos brillaban fugazmente.

  Clementina se llevó la mano a la boca, asombrada. Declan alzó una ceja. Pak Sun-hwa inclinó la cabeza, confundida. Europa, por su parte, sintió una mezcla de celos y orgullo.

  —Sucede algo, ?verdad?

  —Cállate un momento.

  Candado sintió una ligera palpitación en su corazón. Entonces se preguntó, con seriedad, si había algún tipo de sentimiento hostil entre él y ella… y viceversa.

  —Nada… Al parecer no puedo hacerlo después de todo.

  —?Qué cosa?

  Candado soltó lentamente el abrazo.

  —Es como temía... empiezo a quererte.

  —?...!

  —Se?or, ?sabe que acaba de declarar algo bastante serio? —dijo Declan, con una ceja levantada.

  Hammya se sonrojó de inmediato.

  —La verdad es que no... no me parece que haya dicho algo extra?o —respondió Candado con calma.

  Clementina sonrió con picardía.

  —Perdón, se?or... no escuché bien. ?Podría repetirlo?

  —Está bien —dijo Candado, mirando a Hammya, que aún intentaba recuperar la compostura—. Hammya, empiezo a quererte.

  Clementina soltó una carcajada, Declan se quedó boquiabierto, Europa lo miró con una mezcla de celos y asombro, Pak Sun-hwa aplaudió suavemente, Candado no entendía nada… y Hammya se murió. Bueno, casi.

  Candado se volvió hacia su madre.

  —En fin, vayamos a casa. Tengo hambre.

  —Los acompa?o —dijo Pak.

  —No —se negó Candado sin dudar.

  —Nosotras estamos de acuerdo —agregaron Clementina y Europa al unísono.

  —…?Y vos, Declan? —preguntó Candado, buscando apoyo.

  —Será para la próxima. Le prometí a Anzor que iría a su casa.

  —Diviértete.

  TIEMPO DESPUéS.

  El domingo había llegado, y con él, el tradicional asado familiar. En el patio de la casa, bajo la sombra del gran árbol, Arturo y Candado estaban frente a la parrilla, mientras Clementina y el siempre leal Hipólito colocaban una mesa y varias sillas.

  —Según mamá, hay que dejar que lo gordo se dore bien para que agarre buen sabor —comentó Candado, dándole vuelta a la carne.

  —Lo tengo —respondió Arturo, concentrado en la parrilla.

  —Menos mal que la se?ora Barret consiguió bastante carne para la ocasión.

  —No puedo creer que al joven patrón se le haya ocurrido esta maravillosa idea.

  Candado pinchó un chorizo, y el jugo caliente salió disparado, salpicando en la cara a Clementina.

  —?Ups! Se me escapó. A veces esta mano hace locuras —dijo con una sonrisa traviesa, y volvió a pinchar otro. El resultado fue el mismo—. Qué torpe soy… ?No creés que este joven patrón necesita que vuelvas a la cocina a limpiarte?

  Clementina mantuvo su clásica sonrisa astuta mientras se limpiaba con un pa?uelo.

  —Lo entiendo. Necesito cambiarme. Así estaré presentable cuando lleguen los padres de Pak.

  —Por favor.

  Clementina se retiró.

  —Veo que se llevan bien —comentó Arturo—, pero preferiría que no jugaras con la comida. Y mucho menos que hicieras eso con Clem. Sea robot o humana, merece respeto.

  —?Respeto? ?Menuda astilla es ella con eso del respeto!

  Sin embargo observó a Clementina entrar a casa. Candado suspiró, dejó el tenedor sobre la mesa y se quitó el delantal.

  —?A dónde vas?

  —A disculparme con Clementina. Aunque ella sabe que eso me molesta, no es excusa para portarme así. Y mucho menos para hacerle eso. Si fuera humana, ese jugo podría haberle quemado la vista y la cara —suspiró otra vez—. Apartá esos chorizos para mí, no quiero que mamá se enoje.

  —Bien...

  Candado se alejó.

  —Cari?o, ?has notado que nuestro hijo está distinto?

  —Sí. Es por esa peque?a.

  —?Por Hammya?

  —Así es.

  Candado entró en la cocina. Encontró a Clementina tarareando tranquilamente mientras se lavaba la cara y limpiaba el cuello de su camisa y corbata, manchados por el chorizo.

  —Clem.

  Ella se giró con su habitual sonrisa encantadora.

  —Oh, ?en qué puedo ayudarte?

  —Lo siento.

  —?Por qué? ?Ah! ?Por esto? No hay problema. Para mí, sólo fue un juego.

  Candado se acercó, mojó un pa?uelo con un poco de detergente y comenzó a limpiar cuidadosamente el cuello de su camisa.

  —Sos muy insoportable a veces.

  —Lo sé.

  —Pero aun así… me gusta que estés a mi lado.

  —Es mi trabajo.

  —No cobrás nada por ello.

  —Lo sé.

  Clementina apoyó suavemente su mano sobre la cabeza de Candado.

  —Para mí siempre serás un peque?o ni?o.

  —No hagas eso, ?querés?

  —No, no quiero. Y no se preocupe, yo conozco muy bien cómo es Candado… mi joven patrón.

  —Por favor, no me llames así.

  Clementina rió con dulzura.

  En ese instante, apareció Hammya en la puerta.

  —Ejem.

  —Oh, hola, se?orita Hammya.

  —Hola, Clem. Candado, necesito tu ayuda en la parrilla.

  Candado terminó de secar parcialmente la mancha y dejó el pa?uelo.

  —En fin, tengo que irme. Lo siento.

  —Muy bien.

  Candado salió de la cocina.

  —?Qué ocurrió? —preguntó Hammya.

  —Sólo una más de las fases del joven patrón. Eso es todo.

  —?Así?

  —Por supuesto.

  Clementina sonrió mientras terminaba de acomodar su corbata.

  —Entonces… ?qué opinás de ella?

  —?Ella? Oh, ?la se?orita Pak Sun-hwa? Pienso que no es mala persona. Sólo es… como Candado: decidida y sonriente.

  —La forma en que sonreía mientras sostenía la espada de Declan… fue como ver a Candado.

  —Sí. Pienso que el se?or Kennedy debería empezar a calmarse.

  —?Kennedy?

  —Es el apellido del joven Declan. Kennedy.

  —Oh…

  —En fin, deberías volver afuera.

  —E... eh, sí. ?Y vos qué harás?

  —Tengo que cambiarme la corbata. No pensarás que voy a recibir a los nuevos vecinos de esta forma, ?o sí?

  —No, tienes razón. Nos vemos luego.

  Hammya salió de la cocina con paso ligero. Clementina la observó irse y sonrió mientras miraba por la ventana. Afuera, vio cómo Hammya corría para ayudar a Candado con el asado.

  —Sería lindo que se besaran de una vez —murmuró con una sonrisa traviesa.

  Dejando atrás la cocina, Clementina se dirigió a su habitación, un cuarto que usaba casi exclusivamente para cambiarse de ropa. Estaba justo frente a la habitación de Candado. En la puerta de ambos colgaban carteles: el de Candado, en latín; el de Clementina, en espa?ol, decía: "Amar, servir y proteger".

  Abrió la puerta y entró.

  —Uf... Supongo que tendré que cerrar la ventana si no quiero que entre todo el humo.

  La habitación era del mismo tama?o que la de Candado. Estaba decorada en verde y rosado, sus colores favoritos. En las paredes sólo colgaban dos cuadros: un retrato al óleo de la familia Barret y un dibujo infantil, el primer regalo de Candado cuando tenía apenas cinco a?os. él siempre decía que era horrible y que le daba vergüenza, pero ella lo atesoraba.

  Un armario enorme ocupaba toda una pared, con un espejo en la puerta. El suelo estaba completamente alfombrado en violeta, tal como ella había pedido a?os atrás.

  Cerró las ventanas, se quitó la corbata, la enrolló con cuidado y la guardó en un cajón separado para lavarla más tarde. Luego se dirigió al armario, lo abrió y contempló las perchas llenas de prendas idénticas en estilo y color, salvo por algunos cajones que contenían ropa distinta.

  —?Cuál será la indicada...? —murmuró, divertida.

  Abrió uno de los cajones y sacó una corbata. Era exactamente igual a la anterior.

  —Fufu, parece que tú serás la elegida.

  Mientras se colocaba la corbata frente al espejo, sonrió. Pero, de pronto, sus ojos brillaron con intensidad.

  —Sé que estás ahí. Lo noté apenas entré.

  Terminó de ajustar el nudo y se giró, sonriendo con los ojos cerrados.

  —Clementine.

  Al pronunciar su nombre, la figura se manifestó, disolviendo su camuflaje con un suave cambio de color en la piel, imitando el entorno de la habitación. Su aspecto era similar al de Clementina, incluso su peinado, salvo por un detalle: todo su cuerpo era de un rojo intenso, excepto por los guantes amarillos. Su rostro carecía de expresión; era una figura fría y seria.

  —Veo que no estás desactualizada, V02 —dijo la visitante.

  —Por favor, llámame Clementina.

  —V02.

  —Clem.

  —V02.

  —?Por qué?

  —Hasta que me pagues por esos siete a?os, V02.

  —Je, je... Ya te dije que lo siento. Perdí parte de mi memoria y no lo sabía.

  —Excusas.

  —Fría y rápida, como siempre. Pero dime... ?qué haces aquí? Y a escondidas.

  —Hemos recibido informes de que un grupo de agentes estuvo rondando esta casa.

  Clementina se puso seria.

  —?Cuándo?

  —Ayer y hoy.

  —?Cómo te enteraste?

  —Debido a tu insistencia de retirar las cámaras de Grivna de la casa, nos vimos obligados a instalar otras afuera... y también en la casa abandonada de al lado.

  —Ese anciano es un voyeur. No me agrada que ponga cámaras en el hogar de los Barret.

  —Tienes que proteger al se?or Catriel, V02.

  —Eso es exactamente lo que hago.

  —Tu evaluación de amenazas ha sido deficiente. Has desafiado múltiples órdenes, brindado servicios a terceros y, por si fuera poco, no pudiste evitar que el se?or Catriel se desgarrara la garganta con un objeto punzante.

  —Eso se evitó, gracias a la se?orita Hammya.

  —Creo que no lo entiendes, V02. Tienes una obligación que no puede incumplirse. Proteger a los Barret es una de las misiones más importantes de nuestra existencia. Que un tercero haya salvado a tu principal prioridad dice mucho... y no en buen sentido.

  —?Qué estás queriendo decir?

  —Esa persona a la que llamas se?orita Hammya fue una posibilidad entre miles y miles. No niego su talento ni sus reflejos, pero… ?Qué habría pasado si no hubiese estado al lado de Candado? Mejor aún, ?Qué habría pasado si hubiese estado apenas un centímetro más atrás? Ese objeto punzante habría atravesado su tráquea. Y habría muerto al instante.

  —Pero no fue así.

  —V02.

  —Clementina —corrigió con firmeza.

  Entonces la visitante se acercó. Colocó su mano izquierda sobre el hombro de Clementina y con la derecha llevo suavemente a su corbata.

  —Rojo... Me gusta. Tienes buen estilo, hermana.

  —Solicito que V02 hable con claridad y concisión sobre lo que desea comunicar.

  —Tienes razón —respondió Clementina con un tono más serio—. La suerte fue un factor importante para que el joven… para que Candado no muriera ese día. Fue gracias a esa tercera persona, Hammya Saillim, mi mejor amiga, que logró dar el salto justo a tiempo para salvarlo.

  This text was taken from Royal Road. Help the author by reading the original version there.

  Acto seguido, tocó su corbata con gesto pensativo.

  —Tu versión de lo sucedido sigue siendo lamentable para alguien que se hace llamar protectora.

  —No podemos hacerlo todo. Tú y yo no somos tan diferentes.

  —Discrepo. Somos muy diferentes. Yo sigo las reglas, las leyes y los protocolos. En cambio tú... tú sólo obedeces los Tres Códigos cuando te conviene. Además, los interpretas a tu manera para justificar tus acciones. Yo, en cambio, soy más eficiente, más pragmática y más obediente que tú. Eficiencia. Pragmatismo. Obediencia.

  Clementina sonrió y alzó su mano izquierda.

  —No es cierto.

  Le palmeó el hombro suavemente y caminó hacia la puerta. Cuando sus dedos tocaron la perilla, a?adió:

  —Te daré un consejo… de hermana a hermana.

  —Irrelevante. Pero escucharé.

  —Tu corbata está al revés.

  Clementine bajó la mirada para comprobarlo.

  —No es cierto.

  —Pero dudaste. Y eso, aunque sea un segundo, ya dice mucho. Incluso tú, que te crees perfecta, puedes fallar.

  Clementina sonrió y salió de la habitación. Clementine, por su parte, no mostró ninguna reacción ante lo que le habían dicho.

  Una vez cerrada la puerta, Clementina comenzó a acomodar su corbata con más calma.

  Jardín

  —Hammya, estás sujetando mal el tenedor —dijo Candado mientras la observaba.

  —?Cómo se puede agarrar mal un tenedor?

  —No lo sé, Hammya. ?Por qué no me lo explicás vos?

  Europa tomó con delicadeza la mano de Hammya y le corrigió la postura.

  —Así, cari?o, así. No de esa forma, o se te va a caer la carne.

  —Mamá, ?Dónde está Karen?

  —Está jugando allá, detrás de la casa.

  —Bien, iré con ella.

  Candado caminó hacia donde estaba Karen, sentada en el césped con su peluche favorito: un peque?o camello de felpa.

  —Canda.

  —Hola, sol.

  Karen se puso de pie y corrió a su encuentro.

  —?Karen puede ayudar en algo?

  —Karen está bien así. Tienes terminantemente prohibido acercate al fuego.

  —Karen lo lamenta. Fue sólo una vez… —dijo bajando la mirada.

  —Karen hizo que Canda sintiera pavor y dolor al verla con quemaduras de primer grado.

  —Karen se quedará quieta, jugando.

  —Así se habla.

  Casa

  Se escucharon golpes en la puerta. Al menos, Clementina los escuchó.

  —Justo a tiempo.

  Ajustó sus guantes y caminó con paso firme hacia la entrada.

  —Un momento.

  Abrió la puerta.

  —Oh… ?El se?or Pak y su se?ora, verdad?

  Frente a ella había dos adultos y dos ni?os. La mujer vestía ropa tradicional de su país, mientras que el hombre llevaba un uniforme militar. El hijo estaba vestido con ropa formal; su hermana, con un uniforme similar al de su padre.

  —Así es —respondió el se?or con voz firme.

  —Por favor, adelante.

  Clementina los condujo hacia el jardín.

  Jardín

  Candado estaba alzando a su hermana en brazos cuando notó una figura frente a él.

  —Por Isidro…

  —Término incorrecto para un saludo informal —corrigió Pak Sun-hwa con seriedad.

  —Hola. Veo que usted es el padre de Pak.

  —Me honra conocer a Candado Barret.

  —El placer es mío, se?or...

  —Pak Yong-nam.

  En ese momento, Europa y Arturo se acercaron.

  —Veo que son los nuevos vecinos —comentó Europa con una sonrisa amable.

  —Bienvenidos a la Isla del Cerrito —saludó Arturo, extendiendo la mano.

  El se?or Kim dudó por un instante, pero luego correspondió al gesto.

  —Mucho gusto, se?or Barret.

  Colocó su mano con suavidad en la espalda de su esposa.

  —Ella es mi esposa, Shin Mi-sun.

  —Mucho gusto —respondió Europa, inclinándose levemente con una sonrisa.

  —Y nuestros hijos: Pak Sun-hwa y Pak Jin-wook.

  —Un placer —saludaron ambos jóvenes con cortesía.

  —Qué educados. Seguramente ya saben cómo me llamo, pero me presentaré de nuevo.

  —No hay problema —respondió el se?or Pak con cortesía.

  —Soy Arturo Francisco Barret, ella es mi esposa, Europa J?n Barret, y nuestros hijos: Candado Ernést Barret y Karen Florencia Barret —dijo con tono cordial.

  —Un placer, se?ora Barret. Qué gran apellido lleva su esposa —saludó el se?or Pak, con una leve inclinación.

  —Sí, en realidad es su apellido —aclaró Arturo con una sonrisa.

  —?Podría explicarse?

  —Fui yo quien la desposó —intervino Europa con naturalidad.

  —Vaya, interesante escenario la verdad —comentó la se?ora Pak.

  —Por favor, siéntense y deléitense con nuestra comida —invitó Europa, se?alando la gran mesa del jardín.

  La conversación inicial concluyó, y ambas familias se dirigieron hacia la mesa para comenzar el almuerzo.

  —Por Isidro —exclamó Candado mientras tomaba asiento.

  Hammya se sentó a su izquierda, Clementina a la derecha.

  —Estoy algo impresionado de que nos visiten —comentó Arturo mientras se servía agua.

  —Nos honra poder visitar a los Barret —respondió el se?or Pak, con gesto amable.

  —Pues me alegra mucho —dijo Arturo, levantando su copa en se?al de bienvenida.

  Mientras la charla entre los adultos avanzaba con lentitud, Hammya y Clementina sostenían sus propias conversaciones. Solo Candado parecía concentrado en disfrutar de la comida.

  —Y… ?Puedo preguntar algo? —interrumpió de pronto Pak Sun-hwa, rompiendo el hilo de las conversaciones paralelas.

  —Adelante, se?orita —respondió Clementina con tono educado.

  —Oh, bien... Se?or Candado, ?Cuándo estará dispuesto a aceptarme?

  Candado se llevó un trozo de carne a la boca. Lo masticó con calma, tragó y respondió:

  —Creo que ya fui bastante claro con eso, ?no?

  —No lo recuerdo. ?Sería tan amable de repetírmelo?

  —Por supuesto. He dicho que ni en esta vida ni en la otra aceptaría a Pak Sun-hwa en mi gremio —dijo sarcásticamente.

  —Usted dijo que lo haría si demostraba que valía la pena.

  —No tengo interés en tener a alguien de su gobierno en mi gremio.

  La sonrisa de Pak se desdibujó de su rostro.

  —?Qué insinúa?

  Candado detuvo su cuchillo en pleno corte, alzó la mirada.

  —Dije —repitió con firmeza— que no tengo ningún interés en tener a alguien de su gobierno en mi gremio.

  Pak suspiró con molestia contenida.

  —Creí que usted era inteligente… veo que me equivoqué.

  Candado cerró los ojos por un instante, luego los abrió lentamente.

  —Pak Sun-hwa —dijo con tono firme—. Ese comentario estuvo fuera de lugar. Estás en mi casa, comiendo la carne que prepararon mis padres, e insultar mi inteligencia aquí no es algo que vaya a dejar pasar.

  Pak dudó por unos segundos, pero luego bajó la cabeza.

  —Lo siento.

  —Y yo lo acepto. Cuando terminemos de comer, hablaremos más sobre tu asunto.

  Europa y Arturo intercambiaron miradas de alivio cuando Candado retomó su comida.

  Después de terminar de comer, los Barret continuaron conversando en la mesa, mientras los jóvenes se agruparon bajo el gran árbol del jardín. Allí estaban Hammya, Clementina, Pak y Candado.

  —Dime una cosa, ni?a… ?Por qué pensás que estar en mi gremio hará alguna diferencia para vos?

  —Porque me haré más fuerte. Y cuando llegue el momento, Kanghar tendrá un asiento reservado para mi patria, junto al de los candados.

  —?Candado? —repitió Hammya, frunciendo el ce?o.

  —Ay, no puede ser… otra vez —dijo Candado, algo cansado—. Escuchá, Hammya: en Kanghar a los representantes se les llama "candados", es como decir “presidente” los que que viste en esa sala, lo que están por debajo de ellos son llamados "cadenas" son los representantes de los gremios en general, de su país, y los lideres de ellos y todos en general, somo nosotros, los candados o presidentes. El nombre varía según el idioma, da igual.

  —Ah… igual que vos —dijo ella, asintiendo lentamente.

  —Es diferente. Mi nombre viene de un regalo que Rosa le dio a su esposo Jack: un candado de piedras preciosas, símbolo de su amor.

  —Qué… ?romántico? —expresó Pak con un dejo irónico.

  —Guárdate tus comentarios y continua —replicó Candado.

  —Quiero que mi patria tenga un asiento en Kanghar.

  —Es honorable, pero necesitás más que ambición.

  —Es por eso que quiero estar en su gremio.

  —Podés alcanzar tus objetivos en otros gremios, incluso dentro de tu propio hogar.

  —No. Necesito el suyo, se?or Candado.

  —?Por qué?

  —Porque los Barret siempre han hecho cosas increíbles. Y eso lo incluye a usted. Salvó su capital de un ataque de los Testigos.

  —La verdad… no hice gran cosa. Solo salvé a una persona. Nada más.

  —Ha hecho más de lo que cree. Al menos desde mi punto de vista.

  —Oh, pues... te felicito.

  Hammya y Clementina soltaron un suspiro, al unísono.

  —Entiendo lo tuyo, Hammya… pero vos, Clementina, ni siquiera tenés pulmones —dijo Candado, arqueando una ceja.

  Clementina se volvió hacia él y le sopló con la fuerza de un ventilador.

  —Ya entendí, presumida —gru?ó Candado.

  —Ejem… —aclaró la garganta Pak.

  —Oh, lo siento. Continua.

  —Se?or, solo le pido que me pruebe. Si no soy lo suficientemente buena, entonces desistiré.

  —Oh, una jugada arriesgada.

  —Quiero que usted me pruebe, y no otra persona.

  —Eso es aún más arriesgado, querida Pak. Porque hay muchas probabilidades de que yo te gane.

  —Sé que nunca podré ganarle, al menos no con mi experiencia actual —dijo Pak Sun-hwa, con la voz firme pero serena—. Pero si puedo mostrar mis habilidades ante usted, valdrá la pena.

  —Te exiges demasiado —respondió Candado, cruzando los brazos—. Y me pones en un pedestal. Es cierto: no puedes ganarme.

  —Lo sé.

  —Nada cambiará ese resultado. Perderás.

  —Lo sé.

  —Tienes la posibilidad de mostrar tus habilidades si luchas contra otro.

  —No he venido desde tan lejos para pelear con un colega suyo.

  —Aun así, tus probabilidades de ganar serían mucho más altas.

  —El camino fácil no me llevará a mi objetivo.

  Candado suspiró, resignado.

  —Bien. Pero recuerda tu promesa: si pierdes, olvídate de intentar entrar al gremio.

  Pak Sun-hwa esbozó una leve sonrisa.

  Unos días antes

  —Sé que usted es el amigo más cercano de Candado. Necesito su ayuda —dijo Pak, con cierta urgencia.

  Héctor Ramírez se secó el sudor de la frente con un pa?uelo.

  —Ya veo... querés unirte al gremio —dijo, observándola de pies a cabeza—. Con esa facha.

  —?Facha? Ah, se refiere a mi ropa. Estoy orgullosa de ella.

  —Sabés bien cómo se ve tu país ante los ojos del mundo, ?verdad?

  —No soy tonta, se?or Ramírez. Sé que muchos ven que mi nación es una dictadura, dirigida por un líder cruel y despiadado con su gente.

  —Me alegra que lo entiendas.

  —Pero es falso.

  Héctor soltó un suspiro largo.

  —Mirá, te voy a dar un consejo: no lo hagas.

  —Lo siento, pero no puedo aceptarlo.

  —No entendés… Es Candado quien elige a los miembros, no yo.

  —Eso lo sé.

  —?Entonces?

  —Quiero entrar al gremio. Escuché rumores… dicen que si retas a un líder a cualquier tipo de actividad y ganás, es posible ser aceptado, en muchos gremios esa regla se aplica.

  —Estás perdiendo tu tiempo. Candado es bueno en todo tipo de retos. Muchos lo han intentado, todos han fallado. Vos no serás la excepción.

  —Aun así, dígame, ?Qué puedo hacer para tener una oportunidad?

  Héctor se quedó pensativo. La observó con atención, de arriba abajo, antes de responder.

  —He conocido a muchas personas que me pidieron ayuda. Sin embargo, todos ellos se rindieron a mitad de camino. Siempre es lo mismo: al principio hay fuego en sus ojos… luego solo desesperanza cuando se enfrentan a Candado.

  —Yo soy diferente.

  —Eso mismo dijeron ellos.

  —No, yo en verdad lo soy.

  —También dijeron eso.

  —Se lo repito: soy distinta.

  —Lo siento. No te creo.

  —?Cuántas personas te han dicho lo mismo como para estar así de escéptico?

  —Noventa y ocho. Todas dijeron exactamente lo que vos estás diciendo ahora.

  —Pero aún así ayudaste a esas noventa y ocho personas. ?Por qué sería distinto conmigo?

  —Porque sí. Y ya está.

  —Por favor… al menos dígame lo que les dijo a ellos.

  Héctor suspiró otra vez.

  —Candado admira a las personas inusuales, porque él mismo es inusual. Ya sea por su físico o por su poder. Vos carecés de esas dos cosas. Si querés que te acepte, tenés que demostrarle cuán grande es tu ambición. Fabricá un rasgo distintivo. él lo notará, incluso si es algo minúsculo. Lo valorará.

  —Entonces… lo que necesito es determinación.

  —Podría decirse.

  —Digame, ?Está decepcionado de los noventa y ocho?

  —Sí.

  —?Porque no pudieron unirse?

  —No. Porque renunciaron a sus sue?os y ambiciones en lugar de luchar. Candado me mostró que eran cobardes. Me forzó a ver sus verdaderos rostros, más allá de las máscaras que llevaban. Aunque, a veces, no está mal creer que esas máscaras son sus verdaderos rostros.

  —Te lo aseguro, se?or Ramírez. No te voy a decepcionar.

  —…

  —?Eso también lo dijeron?

  —Sip.

  Presente.

  Tras terminar la conversación, Candado, Pak, Hammya y Clementina se despidieron de los padres y salieron rumbo al gremio. Por suerte, el lugar estaba casi vacío. Solo Lucas y Anzor se encontraban allí.

  —Buenas —saludó Lucas al verlos entrar.

  —?Invitada? —preguntó Anzor, alzando una ceja.

  —No, intento de recluta —respondió Candado, sin vueltas.

  —Oh… —Lucas se inclinó un poco para mirar a Pak—. Te deseo suerte.

  —?Y ustedes? ?El trabajo ya terminó?

  —Yo estoy experimentando —aclaró Lucas, levantando una extra?a herramienta.

  —Y yo, pasando el rato —a?adió Anzor, cruzado de brazos.

  —Okey, Lucas… si volvés a fabricar algo explosivo…

  —No te preocupes, esta vez estoy perfeccionando un abrigo.

  —...Ya… Anzor, hacé el favor de llevarnos abajo.

  —Claro —respondió Anzor, ya en camino.

  El grupo lo siguió hasta la sala subterránea del gremio. Allí los esperaba el habitual campo de ejercicios, amplio y silencioso, como si anticipara el enfrentamiento que se avecinaba.

  —Odio las escaleras —se quejó Hammya mientras descendía con lentitud.

  ...O algo así.

  —Te acostumbrarás, amiga mía —le respondió Anzor con tono burlón.

  El grupo llegó hasta las barandas que rodeaban el campo de entrenamiento subterráneo.

  —Mira, ahora está acolchonado —dijo Hammya con una sonrisa.

  —Sí, fue idea de Héctor —explicó Anzor—. Después de ver cómo quedaron esos tres tras el combate, lo pidió como medida preventiva.

  —Interesante...

  —Pak, quítate los calzados —indicó Candado, mientras él mismo se sacaba los mocasines con tranquilidad.

  —Oh, sí, ya estoy en eso —dijo ella, desatándose los cordones con apuro.

  Candado se dirigió hacia una tranquera de madera que daba acceso al campo. Sin embargo, Pak, creyendo que era solo una cerca baja, la saltó con agilidad. Cuando Candado bajó el picaporte y abrió la tranquera con total naturalidad, la miró con una mezcla de lástima y sarcasmo que no pasó desapercibida. Pak sintió una punzada de vergüenza... y un poco de rabia.

  —Muy bien —dijo Candado—. ?Querés que te diga las reglas?

  —Adelante.

  —Son tres. Una: si salís del campo, perdés. Dos: si te rendís, perdés. Y tres: si quedás inconsciente, perdés.

  —Vaya, no sé qué decirte, la verdad.

  —Anzor, empiecen.

  Con evidente diversión, Anzor golpeó una campana colgada en el muro, usando el mango de su espada.

  —?Fight! —anunció con tono teatral.

  Pak se lanzó directamente hacia Candado.

  —Oh, esto se ve bien —murmuró Lucas, que observaba desde las gradas junto a Hammya.

  Candado inclinó el torso hacia atrás, esquivando el primer ataque con naturalidad.

  —Vaya, llamativo ataque Pak, pero lento.

  Acto seguido, la sujetó por la cintura y la lanzó por el aire con fuerza. Mientras ella aún estaba en el aire, él preparó un pu?etazo. Sin embargo, Pak lo frenó con ambas manos, deteniéndolo justo a tiempo.

  —Buenos reflejos —admitió Candado, mientras ella aterrizaba.

  Sus ojos se encendieron con un brillo rojo intenso.

  —Eso no es todo.

  Y desapareció frente a él.

  —Predecible —murmuró Candado.

  Sacó su facón y, sin siquiera voltear, detuvo un ataque que provenía de su espalda.

  —Se?or, voy a ir en serio de verdad.

  —Por favor. Porque si no, no vas a tener ni una oportunidad.

  Pak se alejó de un salto, luego se lanzó de nuevo, propinando una ráfaga de golpes simples pero constantes. Candado, aunque tranquilo, no la subestimaba. Y con razón.

  —Listo... ahora —susurró Pak.

  Sus ojos brillaron aún más intensamente, y por un instante, incluso Candado se sorprendió.

  —Yo también puedo hacer eso —comentó con una media sonrisa.

  Pak volvió a lanzarse sobre él. Pero, en la mente de Candado, ya se habían proyectado más de treinta y siete formas distintas de cómo ella podría atacar.

  —Un pronóstico aceptable —murmuró para sí.

  Los ataques volaban uno tras otro, pero él los bloqueaba todos con precisión. Todo iba como de costumbre... hasta que sucedió.

  —??…!?

  Candado alzó su pierna derecha y apoyó el codo sobre la rodilla, deteniendo un golpe directo que iba hacia sus costillas. El impacto fue tal que sus huesos crujieron y se agrietaron bajo la presión.

  Su rostro mostró una expresión ambigua entre seriedad y asombro, una mezcla que nadie supo descifrar por completo.

  —Instinto asesino... Vaya —dijo Candado, sin dejar de mirarla fijamente.

  —Lo siento. Te dije que iba a ir en serio.

  —Cinco por ciento... diez por ciento... No —meditó—. Para vos será doce por ciento.

  —?Protesto! ?Eso es demasiado! —interrumpió Lucas desde el borde del campo.

  —Para ella no lo será —dijo Candado, con una calma que parecía burlarse del ambiente tenso.

  Se acomodó la boina, ajustó el chaleco con parsimonia y alisó su corbata como si estuviera a punto de asistir a un evento formal, no a un combate.

  —Mi turno.

  Sus ojos brillaron en un tono violeta, y los tatuajes que recorrían su piel se manifestaron con intensidad. Mantuvo la compostura… pero la catástrofe llegó al segundo siguiente. El suelo tembló cuando dio su primer paso.

  —Adelante —dijo Pak sin vacilar, ni un atisbo de miedo en su voz.

  Candado desapareció ante sus ojos.

  —?Qué...?

  Pak reaccionó justo a tiempo. Se inclinó cuando sintió el pu?o de Candado cerca de su cintura, rodando hacia la derecha al notar que el golpe aún la perseguía.

  —Asinóh.

  Dos perros hechos de energía emergieron del suelo y se abalanzaron sobre ella con ferocidad, mordiéndola y embistiéndola.

  —Itóh

  Las llamas violetas brotaron de repente, y apenas alcanzó a zafarse antes de que una lengua de fuego la envolviera por completo.

  Pak escapó de las llamas y, al ver a Candado frente a ella, no lo dudó. Saltó y rodeó su cuello con ambas piernas, tratando de derribarlo. Pero Candado, con reflejos sobrehumanos, usó sus manos como resorte y se impulsó hacia atrás. En pleno aire, tomó una de sus piernas e intentó fracturarla.

  Pak sacó un cuchillo de su cinturón y se lo lanzó al rostro. Candado soltó su pierna justo a tiempo, esquivando el filo con un leve movimiento.

  —Eso estuvo cerca —suspiró Pak.

  Candado, con el rostro impasible, la miró.

  —Lamento eso. Olvidé decirte que los da?os pueden ser reversibles… o graves.

  —Lo sé —respondió ella con firmeza.

  Con un simple chasquido de dedos, Candado hizo desaparecer las llamas, los tatuajes y los perros.

  —Parece que el doce por ciento no fue suficiente. ?Qué tal un trece?

  —?Candado, basta! ?Estás cruzando los límites! —interrumpió Lucas desde las gradas.

  —No te metas. Y cállate.

  —?Pak, ríndete! No podrás ganarle. Si sigue aumentando ese porcentaje, vas a sufrir da?os físicos y mentales.

  —Aprecio su preocupación, ?Doctor? Pero vine preparada.

  —Primero, soy un científico e inventor genial. Segundo… te vas a arrepentir.

  Pak se lanzó de nuevo hacia Candado.

  —Ay… está muerta —murmuró Lucas, cubriéndose la cara con una mano.

  Candado la atrapó por el cuello en pleno impulso.

  —Tres segundos. Se acabó. Rendite ahora o finalizaré este combate.

  Pak forcejeaba, pero era inútil.

  —Nadie ha superado el doce por ciento. Pero vos llegaste al trece, y por eso… te admiro. Terminá esto. No sos apta para estar a mi lado.

  —Lo siento, se?or. Pero no planeo rendirme. Mi entrenamiento fue un infierno… un infierno que yo elegí para demostrar que soy cualificada.

  —?Infierno?

  —?Clementina, tapale los ojos a Hammya! —ordenó Anzor de pronto.

  —?A la orden!

  —?Qué…? ?Eh, suéltame! ?No veo nada!

  —Esa es la idea.

  Pak miró a la audiencia, desconcertada por la reacción.

  —?En serio vos me venís a hablar de “infierno de entrenamiento”? Qué pésimo chiste. Esas dos palabras… hacen que mi sangre hierva de rabia y odio.

  —Candado, Candado, Candado… —Lucas bajó corriendo al campo, nervioso, sonriendo forzadamente—. No fue su intención. De verdad, Pak, decí que te rendís.

  —Me niego. Lo siento.

  —Escuchá… yo también tengo orgullo, pero a veces es mejor no esquiar con una avalancha. ?Me entendés?

  —Lo siento. La respuesta sigue siendo no.

  —Da igual —Lucas sacó un silbato del bolsillo y sopló fuerte—. ?Declaro ganador a Candado! ?Ta-ta-ta! ?Se acabó!

  —No estoy de acuerdo —dijo Pak, sin moverse.

  —Concuerdo con la se?orita Pak —a?adió Anzor—. Ella misma debe decirlo.

  —Pues adiviná qué, Candado: soy el juez, y te proclamo ganador.

  —Aléjate —ordenó Candado, sin mirarlo.

  —Estás enojado porque ella dijo que su entrenamiento fue un infierno. Tal vez lo fue, bajo sus propios estándares. Compréndelo.

  —?Así es! —irrumpió Pak—. ?Mi entrenamiento fue un infierno! ?Mucho peor que el tuyo! ?Y por eso te voy a ganar!

  —?Shhh! ?Shhh! ?Cállate! ?Lo vas a hacer enojar! —gritó Lucas, agitándose.

  —Ya es tarde, Lucas… Ya estoy enojado.

  —?Puedo ver ahora, Clem? —susurró Hammya.

  —No —respondió Clementina con firmeza.

  —Candado, debés...

  —Muéstrame. Muéstrame cuán cruel fue tu entrenamiento. Pero te aviso: no me va a impresionar. He visto cosas que me quitaron el miedo. Ni siquiera tu intimidante rostro me intimida, Pak.

  Lucas suspiró, derrotado.

  —Lo siento, Pak. Sos una idiota. Y de todo corazón creo que te merecés lo que va a pasar.

  Dicho eso, se dio media vuelta y abandonó el campo.

  —Pueden continuar —concluyó Anzor, bajando la espada al costado con resignación.

  —Veo que eres valiente y osada… pero en verdad, eres una de las personas que más detesto —dijo Candado, con voz helada—. No solo insultas tu propio esfuerzo, sino que además tienes el descaro de ser soberbia, comparando tu entrenamiento con el de otra persona.

  —?No es eso mismo lo que estás haciendo tú ahora?

  —La diferencia es que lo mío es verdad. Jamás conocerás el infierno como yo lo conocí.

  Candado empezaba a mostrar lentamente su rostro más oscuro. Ese que incluso él prefería mantener encerrado.

  —?Qué… qué eres exactamente?

  Kanghar.

  —Con eso dicho, solo tengo que ganar.

  Héctor, en silencio, se rascó la nuca.

  —No creo que ganes.

  —Lo haré.

  —Como quieras —suspiró. Luego se levantó y le ofreció la mano—. Solo prométeme algo.

  Pak le estrechó la mano con firmeza.

  —Lo que sea. Dígame.

  —Por favor, no lo hagas enojar.

  —?Eso te preocupa? No pasa nada. No le temo a la gente que se enoja.

  —Ese es el problema… él no es “la gente”. él es Candado.

  —Está bien, lo prometo.

  Presente

  (Ahora lo entiendo… lo siento, Héctor.)

  —Esto se ve mal.

  —?Mal? Esa palabra no le hace justicia a lo que estás por experimentar —le respondió Candado.

  Sus ojos se tornaron completamente negros. Vacíos. Y, sin previo aviso, sonrió.

  —Empecemos.

  Pak sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Antes de que pudiera reaccionar, Candado la golpeó con un brutal cabezazo en la frente y la lanzó contra el suelo.

  —Vive mi pesadilla, Pak Sun-hwa.

  Ella se sostuvo la cabeza con una mano, mientras con la otra intentaba levantarse. Su cerebro latía con fuerza. Entonces, todo se volvió oscuro.

  —Espero que disfrutes lo que yo he visto.

  Y comenzaron… las visiones.

  Pak gritó con un alarido desgarrador mientras se sujetaba la cabeza con ambas manos. Se vio siendo desgarrada por un oso. Luego ahogándose. Luego nadando en lava. Después decapitada. Sintió cómo le quitaban el oxígeno, cómo su cuerpo era absorbido por un agujero negro. Sintió el frío absoluto del espacio, y otras formas de sufrimiento que ninguna mente humana debería comprender. Dolor físico, mental, cósmico. Dolor de otros mundos.

  Candado la observaba en completo silencio.

  —?? ?! ?? ??? ???! (?No! ?Te dije que no lo hicieras!)

  Una voz invisible lo gritó a su lado. Candado frunció el ce?o.

  —?…? ?Qué fue eso?

  Pak, aún temblando, logró levantarse. Sus piernas flaqueaban como si fueran de papel. Aun así, se mantuvo en pie.

  Candado sonrió, admirando su resistencia.

  —Qué espectáculo tan lamentable… pero hermoso.

  Pak alzó la cabeza. En su rostro había miedo, pero también decisión. Corrió hacia él una vez más.

  —Esto se terminó.

  Candado deformó su rostro en una sonrisa horrenda, brutal. Sus compa?eros cerraron los ojos como si presenciaran un acto de ejecución.

  Ya no era un combate. Era una masacre.

  Pak no podía defenderse, presa del terror. Pero, aun con miedo, seguía luchando. Luchaba contra su propio cuerpo, contra su temblor, contra el dolor.

  —Ríndete.

  Los ojos de Pak brillaron rojos. En un instante, volvió a colocarse casi a su altura.

  —?Aún luchas? Qué lástima. Es hora de algo drástico.

  Candado atrapó su brazo izquierdo. Estaba por fracturarlo, pero Pak reaccionó: envolvió su pierna sobre su cuello y lo hizo perder el equilibrio.

  —Lo sabía —susurró Candado.

  Acto seguido, se golpeó el pecho con la palma de la mano. Un eco sordo resonó en todo el lugar.

  Pak cayó de rodillas. Sangre brotó de su boca y se estrelló contra el suelo.

  Lucas cerró los ojos.

  —Qué idiota —murmuró.

  Candado borró la sonrisa de su rostro y volvió a su expresión habitual. Guardó las manos en los bolsillos y observó en silencio.

  —Interesante... soportaste un trece por ciento. Es admirable, y estúpido a la vez. Pero parece que ya no escuchas.

  En ese momento, Clementina retiró las manos de los ojos de Hammya.

  —Ya era hora... ?Oh, Dios! ?Está bien?

  —No. Pero está viva —contestó Clementina con un suspiro de alivio.

  Candado le colocó una mano en el hombro, con esa calma perturbadora que lo caracterizaba.

  —Declaro ganador a Candado Barret... invicto —anunció Lucas.

  Justo cuando Candado le dio la espalda, un ataque surgió desde el aire, acompa?ado de una luz enceguecedora. Fue tan veloz que ni siquiera él pudo reaccionar... pero no lo suficiente como para superar a Tínbari, quien detuvo lo que parecía una lanza con una sola mano.

  Candado se quedó paralizado. Observó a Tínbari. Por primera vez, lo vio realmente serio.

  —Eres un mal ejemplo para las reglas de Yanmabaray, la Madre de la Sabiduría —dijo con voz firme—. Para ser sincero... la peor elección posible para esta profesión.

  La luz se desvaneció, revelando una figura femenina con armadura que no aparecía en ningún libro de historia. Su mera presencia alteró a todos los presentes. De inmediato, algunos se posicionaron frente a Candado, como escudos humanos.

  —Vienes por él, ?verdad? —preguntó Anzor, desenvainando su espada.

  Yanmabaray bajó la suya con elegancia.

  —Tínbari... el Bari descarrilado, que porta injustamente el título de mi hermana.

  —Todos somos hermanos —respondió Tínbari con calma.

  —De sangre.

  —Contesta la pregunta —intervino Anzor, apuntando con la espada.

  —Guarda eso, rusito. No le harás da?o con armas blancas mientras ella lleve esa armadura —dijo Tínbari, bajando el arma de Anzor con firmeza.

  Yanmabaray se acercó a Pak. Aplaudió dos veces, y ella despertó con un sobresalto.

  —??? ? ???? (?Qué pasó?)

  —??? ??. (Perdiste.)

  Pak golpeó el suelo con el pu?o, frustrada. Yanmabaray, sin más, la envolvió en su túnica.

  —Veo que el humano que elegiste cambió —comentó.

  —Falleció —aclaró Tínbari con tono sombrío.

  Candado observó con atención la lanza que sostenía Yanmabaray.

  —Veo que tienes algo contra mí —interrumpió.

  —Esta joven viajó miles de kilómetros solo para encontrarte. Y lo único que recibió fue una paliza... por parte de la persona que más respeta.

  —La vida no es justa —contestó él fríamente.

  —Candado... —murmuró Hammya, con reproche.

  —En mi defensa, yo no quería esto.

  —Si ella te pidiera que la arrojaras a un volcán, ?lo harías?

  —Depende.

  —?De qué?

  —De si estoy de humor.

  Tínbari soltó una carcajada breve.

  —?Te parece gracioso? Es grave que piense así —recriminó Yanmabaray.

  —Vaya, acaso...

  Clementina y Hammya se le adelantaron, tapándole la boca.

  —Sabemos que siempre dices algo inteligente para ganar la conversación —dijo Clementina.

  —Pero ahora no es un buen momento —concluyó Hammya.

  —?Mrrbhhh!

  —Ahhh, nosotras también te queremos —dijeron al unísono, chocando los pu?os.

  Yanmabaray giró su rostro hacia Tínbari.

  —Cuando supe que tomaste parte de Truenbari, supe de inmediato que estabas loco.

  —Yo también te quiero, Yanmabaray.

  —En serio —dijo mientras se quitaba el casco—. Tínbari, de todos los Baris… jamás creí que tú elegirías ponerte del lado de alguien que ni siquiera conociste.

  Su rostro se reveló por completo: piel rosada, ojos morados, cabello blanco, y una cicatriz en forma de “U” en la frente.

  —Huelo envidia. Genebaray se reiría de esto.

  —No es envidia. Solo frustración. Si no hubieras dicho eso, los Baris no se habrían separado, y aún apoyarían la causa.

  —Primero: todos estaban separados mucho antes de que yo naciera. Segundo: solo repetí lo que ese viejo me dijo en sue?os. No fue mi culpa.

  Candado, aún con la boca cubierta por Clementina y Hammya, miró a Tínbari.

  —No sé por qué Amabaray confió en ti hasta el final —dijo Yanmabaray.

  —Ella despertó—ignoró Tínbari

  —?…!

  Candado tomó las manos de Clementina y Hammya, y las apartó con suavidad.

  —Es verdad. Amabaray está ahora mismo en mi casa. Si te apuras, tal vez la veas.

  Luego miró a Tínbari. Este asintió con complicidad.

  —Así es. Tu amada hermana está en la Casa de los Barret. Puedes verla si quieres.

  —Como sea mentira… te juro que…

  —Nunca te he mentido —lo interrumpió Tínbari, serio.

  Yanmabaray desapareció en cuanto escuchó esas palabras.

  —???! (?Espera!) —trató de detenerla Pak, aún débil.

  —Bueno, la cosa se ha acabado —dijo Tínbari, soltando un suspiro.

  —He perdido… —murmuró Pak Sun-hwa, con la voz impregnada de tristeza.

  —Así es, como una tremenda pelotuda —remarcó Lucas sin un ápice de compasión.

  Pak se puso de pie lentamente y bajó la cabeza, hundida en la humillación. Pero entonces, sintió una mano cálida en su hombro. Era él.

  —Pero este pelotudo no cumple ni sus propias reglas —a?adió, con una media sonrisa.

  Pak alzó la mirada, confundida. A su izquierda estaba Candado, mirándola con una expresión más neutral… quizás, incluso, con una pizca de respeto.

  —Perdiste, sí. Pero me sorprendiste. Tenés mucho por pulir… bueno, muchísimo. Ese potencial que escondés, si algún día lo controlas, será algo grande. Y además, tu acompa?ante es… molesto, pero interesante.

  —?Eso significa que…? —empezó a decir ella, sin atreverse a terminar.

  Candado le dio una palmada en el hombro y sentenció:

  —??? ??????. (Has pasado.)

  —??QUé?! —gritaron todos los presentes, confundidos y al borde del colapso lógico.

  —?Qué? Hablo coreano.

  El rostro de Pak se desfiguró por la emoción. Lágrimas comenzaron a brotar sin contención mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios.

  —?Lo hiceeeeeeeeeeeeeeeeeeeee! —gritó, liberando toda la tensión acumulada en un solo grito de alegría.

  Candado, sin voltearse, ya se había alejado unos pasos.

  —Lucas, limpia este desastre.

  —?Qué…? —dijo Lucas, aún tratando de entender qué acababa de pasar.

  Pak Sun-hwa se ha unido a la Hermandad (Integrantes actuales: 18).

Recommended Popular Novels