Todos salieron de la habitación con la promesa de retomar, más adelante, el asunto del futuro embarazo de Lila.
—Gracias por venir —dijo Vanesa.
—Gracias por tomarse la molestia de recibirnos —agradeció Candado, quitándose la boina con un gesto educado.
Vanesa sonrió y le dio una palmada en la cabeza.
—No has cambiado en nada —comentó con dulzura.
Candado frunció el ce?o, confundido.
—Nos vemos, chicos.
—Hasta luego, se?orita Vanesa —se despidió el grupo en coro.
Las rejas se cerraban lentamente mientras el grupo se alejaba por el sendero que conducía a la puerta principal.
—Las 15:31... qué tarde agotadora —se quejó Héctor, consultando su teléfono.
Candado se detuvo abruptamente.
—Chicos, los veré más tarde.
—?Qué? ?Por qué? —preguntó Héctor, extra?ado.
—Ya que estoy aquí, tengo que hablar con alguien, amigo mío —dijo Candado, dándole una palmada en el hombro.
—Entiendo. Nos vemos luego entonces.
—?Puedo ir contigo? —preguntó Hammya con curiosidad.
—Puedes hacer lo que quieras, pero no lo aconsejo. Será largo y aburrido.
Hammya sonrió con picardía.
—Serás muchas cosas, menos aburrido.
Candado alzó una ceja.
—Vayan con Mauricio y díganles a mis padres que los veré más tarde.
—?Qué tan tarde? —preguntó Héctor.
—Una o dos horas, nada más.
—Dale.
Luego miró a Hammya.
—Entonces vamos.
El grupo se marchó, perdiéndose entre los árboles del bosque. Candado se giró en dirección contraria y comenzó a caminar por la carretera de tierra, seguido por Hammya.
—Candado, ?A dónde vamos? —preguntó ella.
—Voy a visitar a alguien privado de su libertad.
—Oh... ?Está enfermo?
—No.
—?Paralítico?
—Tampoco.
—?Entonces qué?
—Es un preso.
—Oh, un preso... ??UN PRESO?!
—Así es.
—?No es peligroso? Ya entiendo, es un pariente.
—No.
—?Un amigo?
—Ni en esta vida.
—?Un cliente, entonces?
—No ofrezco mis servicios gremiales a reclusos.
—Entonces...
—Es un desconocido para mí... o mejor dicho, un conocido de mi familia.
—Ah...
Candado divisó un carruaje acercándose.
—Transporte —anunció, extendiendo la mano.
El carruaje se detuvo frente a ellos. Candado se dirigió al cochero.
—Por favor, llévenos al puerto.
—Entendido.
—Sube, Hammya.
—?Qué? No tengo dinero.
—En Kanghar no se usa dinero —dijo él mientras le abría la puerta.
Hammya dudó un instante, pero finalmente subió. Candado la siguió y cerró la puerta tras ellos. Golpeó la peque?a rejilla que los separaba del conductor, y al instante el carruaje comenzó a andar.
—Guau, es la primera vez que subo a una carroza.
—No hay autos en esta isla. Este método se utiliza en todo el país.
—?Y si quieres ir de una ciudad a otra?
—Entonces tomas un tren.
Hammya se pegó a la ventana, observando con atención.
—Una nación de ni?os... nunca imaginé que eso fuera posible. ?Qué pasa cuando crecen?
—Nada. ?Qué tendría que pasar?
—No, me refiero a... ?Nunca hubo un adulto como presidente?
—Ah, eso. No, claro que no. En Kanghar solo puedes ocupar un cargo público si tienes menos de veinte a?os. Incluso la constitución permite que, si cumples veinte el mismo día que asumes un cargo, se te deje terminar el mandato. Pero eso ha pasado muy pocas veces.
—Entonces tú...
—Sí. Una vez que cumpla veinte, no podré ser un candado nunca más.
—?Y por qué es eso?
—Porque los ni?os son diferentes a los adultos. Son puros e inocentes y, en la mayoría de los casos, quieren lo mejor para los demás. Esa bondad es la que permitió que Kanghar se convirtiera en una utopía.
—?Eres puro e inocente?
Candado sonrió.
—Somos la excepción, no solo yo, sino los demás Candados. Tal vez no hayan visto con mis ojos, pero son lo suficientemente conscientes como para gobernar.
—?Los adultos nunca han intentado… ya sabes? —preguntó Hammya, dejando la frase en el aire.
—?Un golpe de Estado? Sí, hubo intentos —respondió Candado, sin mirarla—. Pero las instituciones de Kanghar ense?an a los ni?os que tienen más fuerza y poder que un adulto, y que son intocables bajo las leyes de la nación.
—?Y qué pasó con esas personas?
—Dependiendo de la gravedad del caso, son expulsadas del país, encarceladas… o enviadas a las Cuevas.
—?Las Cuevas?
—Será mejor que nunca lo sepas. Es por tu bien.
—…Está bien —murmuró ella.
—Los ni?os son ni?os —continuó él, con tono sereno—. A veces son ingenuos, toman malas decisiones. Por eso existen los candados, nosotros, que debemos madurar más rápido que ellos para guiar a nuestros futuros reemplazos.
—?Toda tu familia fue candado?
—Mi bisabuelo, mi abuelo, mi madre… y mi hermana. Todos fueron candados de Kanghar.
Hammya lo observó con un atisbo de curiosidad. Siempre había tenido una duda.
—?Y por qué te llamas Candado?
él sonrió. Siempre le había gustado contar esa historia.
—Mi bisabuela, Rosa Velázquez, amaba mucho a mi bisabuelo. Tanto que, el día de su cumplea?os, le regaló un peque?o candado con piedras preciosas. Era un accesorio, nada más. Se lo dio a Jack, así se llamaba, y él lo aceptó. Ese día se dieron su primer beso. A mi madre le fascinaba esa historia desde ni?a, tanto que decidió ponerme ese nombre. Al principio se burlaban de mí, claro, pero nunca me importó. Amo mi nombre. Y lo sigo amando.
—?Por qué?
—Porque con él tengo algo que muy pocos tienen, al menos bajo mi punto de vista.
—?Qué?
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—Una conexión con el pasado de mi familia. Saber que ese nombre fue un regalo de amor, un obsequio de una persona enamorada a otra.
—Qué romántico —dijo Hammya, enternecida.
—Lo es.
Hubo un breve silencio antes de que ella volviera a hablar:
—Y por el otro lado… ?Qué significa ser un candado?
—Es simple —respondió él, mirándola a los ojos—. Kanghar es un cofre. Sus ciudadanos, un tesoro. Y nosotros, los candados, somos quienes lo protegen, claro que están las cadenas, que son los demás funcionarios claro.
—Entonces un candado…
—Sí. Un candado protege un tesoro. En nuestro caso, a los ciudadanos. No hay mayor orgullo para un kangariense que ser un candado.
—Veo que te gusta esto.
—Me gusta lo que Harambee y los próceres nos dejaron. ?Cómo no estar orgulloso? Después de todo, muchos adultos son quienes dicen que el mundo no puede cambiar y que siempre será así.
—?Y lo correcto sería…?
—El mundo es así, sí. Pero puede ser mejor. Ese es el objetivo: cambiarlo. Si los adultos ya no brindan confianza, entonces los ni?os lo harán. Ellos lograrán lo que lo que muchos adultos creen imposible.
—Dime… ?Qué sientes al llevar una carga tan pesada sobre los hombros?
—Hammya, no es pesada ni liviana. Porque no la considero una carga. Y respecto a mi situación… —suspiró— amo esta patria. Me inspira a que Argentina sea igual de justa que Kanghar.
—Sí…
El tiempo transcurría lentamente. La conversación continuó un rato más, pero después de unos diez minutos, Hammya decidió asomarse por la ventana. Quedó maravillada. La ciudad era pintoresca, bella, casi irreal.
Candado, en cambio, se recostó en el asiento, cerrando los ojos.
—Candado… —Hammya lo miró de reojo—. Oh, estás durmiendo.
Se le acercó con picardía.
—Si no despiertas… te daré un beso.
No hubo respuesta.
—De veras lo voy a hacer…
El carruaje se detuvo abruptamente.
Candado abrió los ojos justo a tiempo para ver a Hammya voltear hacia la ventana, con fingida inocencia.
—Llegamos, se?or —informó el cochero.
—Entendido.
Candado se incorporó. Sintió un peque?o escozor en los labios. Se llevó el dedo al labio inferior… y vio sangre.
—Hammya… ?Qué pasó? ?Hiciste algo?
—?Qué? ?No! No, no, claro que no —respondió ella rápidamente, bajando del carruaje.
él se quedó pensativo, mirando la diminuta herida con desconfianza.
—?Está bien aquí, se?or? —preguntó el cochero.
—Sí. Este lugar está bien.
Candado cerró la puerta del carruaje y le hizo una se?al al cochero para que se marchara.
—Gracias por su amabilidad —se despidió.
—No hay de qué —respondió el cochero con una sonrisa, antes de alejarse.
Candado giró la cabeza hacia Hammya, que aún evitaba mirarlo. Sin embargo, al caminar por unos minutos él rompió el silencio.
—Hammya, has estado inusualmente callada… y no me muestras la cara. ?Pasa algo?
—No. Nada —dijo ella, apretando los labios.
—Mírame cuando hablo.
—No, así está bien.
Candado suspiró.
—Como quieras.
El silencio siguió hasta llegar al puerto.
Una vez llegaron. Candado y Hammya abordaron un velero, ya que en el puerto Neptuno no había ningún barco estatal disponible que los llevara hasta su destino.
—Tiene pinta de prisión —comentó Hammya, observando la silueta lejana de la isla.
—Es una prisión —respondió Candado, mirándola fijamente.
Unas horas antes.
Candado estaba sentado sobre un almohadón, mientras era abrazado desde atrás por Lila.
—Sabes, entiendo tu necesidad de contacto físico. No pienso apartarte de mi lado —dijo él con serenidad—, pero me gustaría que, mientras haces eso, uses tus cuerdas vocales para decirme lo que intentas guardar en tu interior.
—Oh, ?te diste cuenta?
—Sé que esta privacidad no tiene tanto que ver con tu deseo de ser madre… o al menos, no del todo.
—Entonces te lo diré sin rodeos, sin involucrar a tus padres: ?estarías de acuerdo en tener un hijo conmigo?
—Ah…
—Quiero tu sinceridad, por favor.
Lila tembló ligeramente.
—Sabes que tengo doce a?os. Soy un preadolescente, apenas en camino a convertirme en uno. Si fuera un chico cualquiera, diría que sí. Me dejaría llevar por mis instintos hormonales, o algo. Pero no soy así. Me considero alguien más reflexivo y racional, al menos eso quiero pensar. Antes de todo, quiero saber: ?Qué significa para ti ser madre?
—No lo sé… nunca tuve una —respondió ella en voz baja—. Me la comí.
—Sin mencionar que no sabes qué puede pasar durante o después del embarazo. No sabes si te ocurrirá lo mismo que a tu madre, si perderás el control por la pérdida de sangre… podrías tener hambre en pleno parto, y comértelo.
—?Temes por tu hijo… o por mí?
—Por los dos.
Lila apoyó su mentón en el hombro de él.
—Dime tu respuesta. ?Quieres… o no?
—En términos resumidos, no.
—Lo suponía…
—Pero —dijo Candado, tocando con cuidado la mano de Lila que reposaba sobre su pecho—, sería interesante cuando tenga diecisiete a?os. Además, cuando llegue el momento de irme… me gustaría dejarte algo que me recuerde. Tu inmortalidad no será tan dolorosa si la compartes con alguien más.
—Si eso llegase a pasar… ambos seríamos miserables.
—Pero tendrías en quién apoyarte. Y yo también.
—Gracias, Candado…
—No lo agradezcas. Es lo que pienso ahora… sin embargo, eso puede cambiar —bromeó él con una sonrisa.
Lila lo besó suavemente en la mejilla.
—Me aseguraré de que lo haga.
—Quiero verlo. —Luego su rostro se tornó serio—. Ahora dime, ?Qué ocurre?
—La verdad es que… me reuní con alguien.
—?Con quién?
—Chronos.
—?Qué te dijo?
—Habló de una guerra… y de que me preparará mentalmente para lo que está por venir. No importa cómo lo veas, Candado… para mí, sigue sin ser de fiar. Ten cuidado.
Presente.
—Primero Héctor… y ahora Lila. ?Qué planeas, Chronos?
—?Dijiste algo? —preguntó Hammya.
—Nada, sólo pensaba en voz baja.
Candado y Hammya llegaron finalmente a la isla. En el muelle los esperaba una figura conocida.
—Mira nada más —dijo Candado con una sonrisa—.
—Buenas tardes —saludó Helga con serenidad.
—?Qué haces aquí?
—él me dijo que esperara aquí. Dijo que alguien aparecería.
—Ese alguien debo de ser yo.
—Supongo. También dijo que hoy te esperaría en la sala para hablar.
—Por alguna razón… no me sorprende.
—Ha estado haciendo lo que quiere esta última semana.
—Que no se acostumbre —gru?ó Candado.
Helga dirigió su atención hacia Hammya.
—?Acompa?ante?
—Oh, ella es Hammya, mi amiga.
—Hola… je… —Hammya se sintió un poco incómoda.
—Buenas tardes, se?orita Hammya. Puedes llamarme Helga.
—Sí… un placer, Helga.
—En fin, los llevaré adentro.
Candado y Hammya fueron guiados por un pasillo hasta una gran sala silenciosa.
—Lo lamento, pero la chica debe quedarse aquí —anunció Helga con firmeza.
—No pasará nada —intervino Candado—, pero sí sería buena idea que esperara.
—Hey, yo…
—Hammya —la interrumpió Candado con una voz suave pero seria—. Es mejor que esperes, ?sí? Necesito hablar con él… a solas.
—Está bien —aceptó ella, aunque a rega?adientes.
Candado le hizo una se?a a Helga, quien entonces abrió la puerta. él entró sin mirar atrás y, al levantar la vista, lo vio: Chronos, sentado en una silla, con un libro al revés apoyado sobre las piernas.
—?Holaaaaaaa!
—Hola, Chronos, envidio tu entusiasmo.
—?De verdad?
—No.
—Entonces, has mentido.
—No lo hice, porque dije la verdad.
—?Sobre cuál de las dos?
—No sé.
Chronos sonrió.
—Adelante, Candado, ven aquí. No muerdo.
Candado se sentó en la silla, mirando a su alrededor.
—Pensé que estaríamos en tu sala, no en una sala de interrogatorio.
—Yo pedí esto. La verdad es que me gustaría poder jugar a esas escenas de las películas que vi, el típico interrogatorio de películas policiales. Mira, hasta pedí una lámpara para que me tortures con ella.
—Creo que estar encerrado casi 100 a?os te está pasando factura.
—Tú también estarías así en mi situación. No me juzgues. —Chronos se recostó en la mesa como un ni?o—. Buuu, quería probar esto desde hace mucho.
Candado tomó la lámpara, la encendió y la acercó a su cara.
—Habla. ?Dónde están tus contactos? —amenazó con tono monótono.
Chronos quedó estupefacto.
—Mejor apágalo, me siento mal en este momento.
—?Por la luz, no es así?
—No, por ser aguafiestas.
Candado apagó la lámpara y se sentó nuevamente.
—Ahora quiero saber algo.
—Bueno.
—Háblame de lo que le dijiste a Héctor.
—?Sobre mi hermano o el pastel?
—Dudo mucho que él te haya pedido ayuda con lo segundo.
—?Tú crees? En otra dimensión lo hizo.
—Háblame de tu hermano.
—Tánatos volverá.
—Me lo imaginaba. Según tu visión, ?No?
—Es posible. Si la misma posibilidad se repite en otras realidades, se vuelve una certeza para mí.
—Lástima que tienes mala suerte como profeta.
—?Qué?
—Decir que "ustedes" lo liberará da para varias interpretaciones. Puede que sea yo, o uno de los líderes, o alguien de esta isla.
—Eso es algo que le ense?é a uno de mis estudiantes, creo que se llamaba Nostradamus.
—Oh, ese flor de pelotudo con mensajes a libre interpretación, no lo culpo, yo haría lo mismo para ganar dinero.
—Es una lástima que solo se le conozca por eso. Ese muchacho tenía mucho que demostrar, pero decidió vivir de eso.
—No nos andemos por las ramas, necesito que te concentres en lo que digo.
—Ya te lo dije, ?no? él volverá y...
—Mejor olvídalo, misma respuesta, ahora contesta otra pregunta. ?Desza ha muerto?
—Oh, Desza... No lo sé. No lo veo vinculado conmigo. Así que no lo sé.
—?Maldita sea! Pensé que encontraría a ese malnacido.
—Qué mal.
Candado visualizó una caja adornada como un regalo.
—?Qué es eso?
—Oh, esta caja... —Chronos la abrió y sacó un libro verde—. Es un obsequio.
—?Para mí?
—No, no, no. Para tu acompa?ante.
—?Quién? ?Helga?
—No, es para una hermosa dama de cabello verde.
Candado sintió una incomodidad inexplicable al escuchar la descripción, pero lo disimuló.
—?Puedo verla?
—No.
Respondió rápidamente Candado, con una molestia visible en su rostro.
—Qué mal.
Chronos sonrió, y eso provocó que Candado lo mirara fijamente, pensando en más de mil maneras de por qué Chronos quería ver a Hammya. Hasta que una de sus teorías caló en su mente y se manifestó en su rostro con sorpresa.
—No...
Candado volteó rápidamente y vio que Hammya ya estaba allí.
—?Imposible! —dijo con ira.
—Tranquilo, no estás lejos de la verdad, pero tampoco cerca de la mentira.
—?Candado? —se preocupó Hammya.
—?Chronos, vos?
—Tú no quieres saber eso, Candado —luego miró a Hammya—. Hola, cari?o. ?Cómo entraste?
—Hammya, fui muy claro cuando dije que no vinieras.
—Lo siento, escuché que hablaban de mí… Y, por cierto, no cerraste bien la puerta.
—?Afuera, ahora!
—Pero...
—?Ya!
Candado, visiblemente molesto, gritó con firmeza.
—Candado, deja de atosigarla. Si no quiere irse, déjala.
—No se trata de eso.
—Eh, ?acaso me temes?
—No.
—Es una lástima —dijo Chronos, y luego dirigió su mirada a Hammya—. Te tengo un regalo, ?Lo quieres?
—Mi papá dice que nunca acepte nada de extra?os… y menos de un prisionero —respondió ella con tono desafiante.
—Eso duele, se?orita. Supongo que no le dijo sobre escuchar a los demás de no entrar con un prisionero ?Verdad?
La chica se sintió burlada.
—Hammya, largo —ordenó Candado, tomándola del brazo y arrastrándola hacia la puerta.
—?Ya entendí, ya entendí! —protestó ella, sin ofrecer resistencia.
Candado la empujó suavemente fuera de la habitación y cerró la puerta de golpe.
—Guau —comentó Chronos con una sonrisa.
—Dime, Relojero… ?Acaso necesitas jugar con mi mente?
—No, solo quería darle un regalo.
Candado lo observó fijamente, luego desvió la mirada hacia la caja sobre la mesa. Se acercó a ella de forma repentina, mirándola con atención.
—Entonces no te molesta que la abra, ?Cierto?
—Eres muy desconfiado, amigo —replicó Chronos, encogiéndose de hombros —. Adelante, hazlo.
Candado destapó la caja. En su interior no había nada más que un libro verde. Frunció el ce?o, lo tomó con cuidado, pasando la mano por la solapa y el lomo.
—No hay magia, ni poder, ni siquiera un simple conjuro...
Abrió el libro. Todas las páginas estaban en blanco. Trescientas hojas vacías.
—?Qué es esto?
—Un libro —respondió Chronos con naturalidad—. ?Acaso no lo ves?
Candado invocó una llama violeta que envolvió el libro, pero este no se quemó.
—Hay algo que lo protege —murmuró, extra?ado.
Intentó arrancar una página, pero no pudo. Era como si el papel estuviera sellado por una fuerza invisible.
—Es resistente.
Lo llevó a su nariz y olfateó.
—No huele a veneno ni a pociones… ni siquiera huele a nuevo o viejo.
—?Te importa si me lo llevo? —preguntó.
—La verdad, sí. Me importa. No seas tan celoso con los regalos de los demás, Candado.
El chico lo ignoró. Volvió a mirar el libro, su expresión se tornó pensativa.
—Este libro… emana algo similar a las peceras… a las lagunas... no, es algo parecido, pero distinto...
Lo miró directamente a los ojos.
—Dime la verdad. Esto...
?BAM!*
La puerta se abrió de golpe. Helga entró jadeando, agitada.
—Candado… tenemos problemas.
—?Qué pasó?
—Agentes.
—??Qué!?
Candado salió de la habitación de inmediato.
—Nos vemos —se despidió Chronos con una sonrisa.
—?Protejan al prisionero! —gritó Candado sin mirar atrás.
Echó a correr por el pasillo y se encontró con Hammya en el trayecto.
—?Qué pasa? —preguntó ella, preocupada.
—Quédate aquí. No salgas —ordenó con firmeza.
—Pero me dijiste que…
—?Ahora es distinto! No salgas de aquí —se volvió hacia Helga—. Llévame hasta ellos.
Candado, Helga y un grupo de guardias se perdieron entre las sombras del corredor.
Mientras tanto, en la sala, Chronos volvió a sonreír, ladeando la cabeza hacia Hammya.
—Entonces… ?Hablamos?
Hammya se quedó inmóvil. Una extra?a incomodidad se apoderó de ella.